Los matemáticos han demostrado que para colorear un mapa político son necesarios únicamente cuatro colores. Los matemáticos, por supuesto, no pretenden hacer política, al menos no mientras hacen matemáticas. Política y matemáticas son inmiscibles como el agua y el aceite. Así pues, el teorema de los cuatros colores lo que afirma es que, dada una región plana separada en un número arbitrario de regiones, tales como por ejemplo las provincias de un país o los países de un continente, es posible colorear todas las regiones empleando únicamente cuatro colores de manera que nunca existirán dos regiones adyacentes (con un lado común) que compartan el mismo color. Existen algunos tecnicismos adicionales, pero no son relevantes.
Este teorema fue por primera vez formulado como una mera conjetura en 1852. Aparentemente es trivial. Todos hemos tenido la experiencia de colorear un mapa político en el colegio y, de manera más o menos consciente, hemos debido seleccionar los lápices de colores que íbamos a utilizar. A pesar de ello, no pudo ser demostrado hasta el año 1976, y fue con la ayuda de un ordenador. Se convirtió, de hecho, en el primer teorema relevante demostrado con ordenador y, puesto que todavía hoy no existe una prueba lo suficientemente breve que permita su verificación sin la ayuda del ordenador, la demostración sigue siendo objeto de controversia. Tal vez sea el sino de sus connotaciones políticas.
Resulta sorprendente que, sabiendo que bastan cuatro colores para evitar el conflicto a que puede dar lugar el uso de un mismo color en dos regiones adyacentes, la política aún se siga haciendo en blanco y negro, derecha e izquierda, como si los colores fueran un bien escaso y no hubiera más remedio que escatimar. Todo en la política es de una burda monocromía: los colores de los escaños, los trajes de los políticos, y por supuesto los discursos. Y no es difícil darse cuenta de que con dos colores sólo es posible colorear regiones que se adapten a la geometría prusiana de un tablero de ajedrez. Una política monocroma no permite atender las necesidades que la diversidad de formas exige. Pero atender la diversidad sería posible sin necesidad de dispendios o exuberancias irracionales, simplemente duplicando los colores del juego político, pasando de dos a cuatro.
Lo cierto es que los políticos, como los ordenadores, sólo se encuentran confortables dentro de los estrechos límites de la lógica binaria. Supongo que es el resultado de que la forma más sencilla de discrepar en la arena política es decir simplemente no, sin matices que puedan inducir a la confusión. O estás conmigo o estás contra mí. Los medios de comunicación necesitan titulares breves y contundentes, necesitan enlatar la política. La política bipolar ha sido el precio que ha habido que pagar por el sufragio universal, por hacer política de masas. Lamentablemente, a diferencia de los ordenadores que son capaces de procesar miles de millones de opciones binarias (bits) de manera casi instantánea, y que cada dos años duplican su capacidad de proceso, lo que los convierte en máquinas capaces de desentrañar verdades inasequibles para los hombres, los políticos apenas si pueden apartarse de los mismos gags que utilizaron sus abuelos. Y así llevamos ya más de un siglo intentando abrir una “tercera vía”.
Con la política monocroma ocurre que cuando una va de compras al supermercado, se encuentra con que si quiere libertad de expresión también hay que comprar una dosis importante de paternalismo socialdemócrata, y si lo que quiere es libertad de mercado, sólo la encontrará en su sabor fundamentalista neoconservador y tendrá que meter en la cesta de la compra una ración de ortodoxia religiosa, y así podríamos seguir. Es como si al ir al mercado para comprar pescadilla, una se viera obligada a llevarse las patatas, la salsa de soja, un kilo de limones y dos huevos duros. Para colmo las latas en que vienen empaquetadas estas raciones de política precocinada para usar en el microondas, no respetan las normas más elementales de etiquetado, no detallan su composición ni contenido calórico, y no avisan de que su consumo habitual es perjudicial para la salud.
El recurso sistemático al empaquetamiento de opciones políticas produce una devastadora degradación del colorido natural de nuestras creencias y aspiraciones. Ocurre lo mismo que con la plastilina. ¿Recuerdas, Alicia, lo divina que eras haciendo figuras de plastilina? Nada se te resistía. Eras capaz de moldear el lazo de una pajarita o una pluma de ganso de plastilina para adornar el cuello de una camisa o el ala de un sombrero. Pero a fuerza de moldear y combinar, los brillantes colores de las barras de plastilina nuevas acababan fundiéndose y, al cabo de unos pocos días, acabábamos siempre con un montón de plastilina de un color asintótico que, dependiendo de la proporción de colores en la mezcla original, se decantaba entre el insulso gris o el repulsivo color de la mierda. Normal, al fin y al cabo, la mierda es la mezcla de todo lo que nuestro cuerpo ya no necesita. Lo malo es que durante meses había que seguir jugando con la plastilina de color gris o de color mierda.
Ahora mismo estoy amasando una larga serpiente de plastilina con la que voy trazando un camino sobre los lados que separan regiones contiguas del mapa pintadas con colores diferentes. No sé por cuanto tiempo podrá mi serpiente seguir avanzando, pero allí donde tenga que detenerse porque una región de gris amalgamado le impida el paso, allí habrá que tirar un puente o dinamitar el gris con el rojo de la rabia y de la sangre, porque mi serpiente tiene que dar la vuelta al mundo y regresar hasta Siam.
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Este post fue publicado originalmente en «Retorno a Siam», por Carolina Izar, el 27 de diciembre de 2008
Está recogido en Carolina 114
Imagen: Via Monochrome Of Dreams
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