El futuro de la movilidad es la inmovilidad

«Cuando llegan los tiempos del ferrocarril se pueden hacer ferrocarriles… pero no antes» Robert Heinlein1

Que los caminos de la innovación son casi inescrutables es algo bien conocido, sobre todo por los que se han enfrentado a ella y practican la innovación. No tanto para los que solo predican la innovación desde los púlpitos del statu quo. Casi todos los grandes futuristas se han sentido hipnotizados por la idea de que, aun siendo posible anticipar muchas de las cosas que llegarán, porque la tecnología ya lo hace posible o está en camino, determinar cuándo ocurrirá y la forma precisa en que se materializará es casi imposible.

Cuando miro la innovación de los últimos 20 años, lo que observo es un periodo de enorme confusión. El final del siglo XX fue un momento de mágico esplendor en el que muchas tendencias confluyen y se materializan en la sociedad de la información. Esa sociedad se cimenta en comunicaciones de banda ancha y móviles, un protocolo afortunado (el protocolo internet IP), la web y un buscador. La última pieza llegó en 2007 con el iPhone de Jobs que capitaliza todos los desarrollos previos. Desde ese momento hemos vivido deslumbrados por todos esos logros recientes, cautivados por la religión de las apps y hablando sin parar de tecnologías exponenciales y del progreso imparable cuando, en realidad, no ha ocurrido nada.

De hecho, lo único que ha crecido de manera exponencial es la confusión. Durante los últimos 20 años la productividad ha dejado de crecer, las democracias retroceden, los autoritarismos están en alza. La sociedad libre y el progreso están en retirada, por mucho que los predicadores se aferren a sus cábalas utilitaristas, persiguiendo tendencias o trufando promedios de siglos o milenios. La tendencia de muchos indicadores de progreso en los últimos 200 años ha sido de avance (en media). La tendencia de los últimos 20 años es de retroceso. Podemos creer al emperador, o podemos escuchar a Hari Seldon e intentar entender qué podemos hacer para que el retroceso no se prolongue demasiado.

Uno de los esos caminos llenos de meandros de la innovación es el de la movilidad. Durante siglos nuestra movilidad se ha incrementado. Cada vez más personas se han movido cada vez más rápido a lo largo y ancho del planeta Tierra. La tendencia comenzó a periclitar en la década de 1970 y quedó definitivamente truncada2 con el último vuelo comercial del Concorde. Desde ese momento cada vez nos movemos más, pero no lo hacemos más rápido, como es muy evidente en las carreteras (por motivos de seguridad y eficiencia ambiental) y en las ciudades por innumerables motivos.

Muchos de los desarrollos en curso, en particular los relacionados con la movilidad, desde los vehículos autónomos hasta el Hyperloop, pasando por la electrificación, sin duda seguirán su camino y llegarán a encontrar su encaje y su momento que, seguramente, no serán como la mayoría anticipa hoy. Uno de los grandes misterios es la telepresencia. Por qué permanecemos obnubilados con las hipotéticas mejoras de los vehículos autónomos o la posibilidad aún lejana del hyperloop y obviamos opciones que ya están disponibles. Mi particular apuesta es que la telepresencia jugará un papel mucho más relevante de lo que estamos descontando hoy.

El concepto amplio de telepresencia fue anticipado por Robert Heinlein en su noveleta Waldo, publicada en 1942. El nombre «waldo» ha quedado como denominación de los guantes que permiten actuar a distancia. Marvin Minsky fue el que la bautizó como telepresencia en un breve pero apasionante artículo publicado en 1980, en el que se pregunta (después del desastre nuclear de Three Mile Island) a qué estamos esperando para desarrollarla. La telepresencia en su sentido amplio es la capacidad de interaccionar y actuar a distancia sobre una realidad física por medio de una inmersión sensorial equivalente a estar presentes. La telepresencia en un sentido más limitado quedó perfectamente definida por el servicio de Cisco un año antes del iPhone, en 2006.

Cuando uno entra en una sala de telepresencia puede comprender sin demasiada dificultad que el servicio de video comunicaciones de calidad inmersiva puede y podría sustituir con ventajas muchos viajes de trabajo, en muchos casos de ida y vuelta en el día, con el único objetivo de tener una reunión presencial. De hecho, en el momento de lanzamiento del servicio, el entonces presidente de Cisco, John Chambers, estimaba un mercado de algunos miles de millones de euros, que un cálculo rápido hecho en una servilleta justifica sin mucha dificultad con los vuelos que podrían evitarse.

¿Por qué las salas de telepresencia no han despegado como un servicio de amplia presencia en hoteles o centros de reuniones que podrían competir con ventaja con las aerolíneas?

Durante más de 10 años busqué razones y oportunidades sin hallarlas. Nadie (o casi nadie) parecía verlo. Hace unas semanas, Jaume Enciso me ofreció participar en la iniciativa #oneday2050, consistente en publicar una imaginaria noticia diaria durante los 365 días del futuro año 2050. Las noticias tienen como objetivo mostrarnos sucesos o temas relacionados con el cambio climático, con la idea de crear una panorámica de 365º sobre el futuro de nuestro planeta.

Y me dije, ¿por qué no? Ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que por muy diferentes razones, a corto plazo (de aquí a 2050), el futuro de la movilidad será la inmovilidad.

Mi noticia publicada en #oneday2050, que reproduzco aquí:


10 MARZO 2050

LAS “S-ALAS” DE WHYFLY SE DESPLIEGAN EN CÁDIZ

El servicio de vuelos en tierra inicia sus operaciones en la ciudad

NUEVA PRENSA | ESPAÑA. Desde hoy mismo ya es posible teletransportarse desde la tacita de plata de Cádiz hasta cualquier rincón del mundo en solo un abrir y cerrar de ojos, a bordo del servicio de “S-Alas” que ofrece la aerolínea WhyFly.

La revolucionaria idea que inspira el confortable servicio de WhyFly es que sus aviones no vuelan. En realidad no son aviones, sino salas de telepresencia inmersiva equipadas con todos los servicios necesarios para hacer posible mantener una reunión eficaz con asistentes en cualquier parte del mundo. WhyFly opera en más de trescientas ciudades, y mantiene acuerdos con proveedores de servicio en otras mil. Para utilizar las S-Alas no es necesario madrugar ni hacer cola en el aeropuerto, no hay despegues ni aterrizajes. Basta localizar la más cercana y contratarla con un solo clic por medio de cualquier servicio de reservas.

Fundada en 2029 por antiguos empleados de Virgin Hyperloop, se estima que en 20 años el servicio de S-Alas ha evitado la emisión de 5.000 toneladas de dióxido de carbono. WhyFly ha contribuido de manera decisiva a alcanzar los estrictos límites de emisiones. Pero la razón principal de su éxito comercial y rápido despliegue ha sido, sin duda, la conveniencia. Aunque no existen estadísticas oficiales, la compañía estima que ha evitado más de 3.000 millones de madrugones innecesarios, y ha devuelto a las personas que necesitaban viajar para resolver importantes asuntos de negocio y personales más de 10.000 millones de horas.

La magia de las S-Alas de WhyFly es tecnología de comunicaciones que tiene casi cincuenta años. La telepresencia reproduce la sensación de estar presente en otro lugar y hace posible un contacto a distancia equivalente al cara a cara. Comunicaciones ricas que nos hacen a todos mucho más ricos.

____________________

(1) “When railroading time comes you can railroad—but not before,” Robert Heinlein, The Door into Summer, 1956. Traducción a español de F. Hernández para la edición Martinez Roca, 1986

(2) En 1974, el vuelo transatlántico más rápido fue realizado por un Lockheed SR-71 Blackbird desde Nueva York a Londres en 1 hora 55 minutos. En 1996, el vuelo civil transatlántico más rápido es de BA Concorde, de Nueva York a Londres en 2 horas, 52 minutos y 59 segundos, alcanzando una velocidad máxima de 1.350 mph.

Imagen: Maria Medvedeva, Concord

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