«Las revoluciones son un asunto serio. Solo hace falta fijarse en los rostros gruñones de algunos de los revolucionarios del siglo XX como Lenin, Mao, Fidel y Che. Apenas podían esbozar una sonrisa. Pero si pasamos a toda prisa la cinta de la historia hasta las protestas del siglo XXI, nos encontramos con una nueva forma de activismo, un nuevo rostro. Los ceños siniestros de las revoluciones pasadas han sido reemplazados por el humor y la sátira. Los activistas no violentos de hoy están promoviendo un cambio global en las tácticas de protesta, alejándose de la ira, el resentimiento y la rabia y aproximándose a una nueva forma más incisiva de activismo arraigada en la diversión: el risactivismo1«.
No lo digo yo. Lo cuentan Srdja Popovic y Mladen Joksic, activistas servios y autores del artículo «Por qué a los dictadores no les gustan los chistes» (Why Dictators Don’t Like Jokes).
«Hay una razón por la que el humor está impregnando el arsenal del manifestante del siglo XXI: funciona. Por un lado, el humor ahuyenta el miedo y genera confianza. Aporta la frescura (el factor «cool») necesaria para que los movimientos atraigan nuevos miembros. Pero además, el humor puede forzar reacciones torpes de los oponentes al movimiento. Los mejores actos de risactivismo obligan a sus objetivos a entrar en escenarios de pierde-pierde, que socavan la credibilidad de un régimen con independencia de cómo respondan. Estos actos van más allá de las simples bromas: ayudan a corroer el soporte esencial que mantiene a la mayoría de los dictadores en su lugar: el miedo.«
Srdja Popovic es uno de los fundadores del movimiento estudiantil Otpor en 1998 y de CANVAS (Centre for Applied Nonviolent Action and Strategies). En esta charla TEDX Popovic consigue arrancar a los asistentes la risa cuando describe como la policía se vio obligada a arrestar al barril de petróleo con la imagen de Milosevik y el bate que los activistas abandonaron en mitad de un centro comercial, y como de esta manera se convirtieron en el hazmerreír en los medios. Fue una de las genialidades del movimiento Otpor que contribuiría a la caida del autócrata.

El humor político es tan antiguo como la política misma. La sátira y las bromas se han utilizado durante siglos para decirle la verdad al poder. Infundieron protestas contra la Unión Soviética en la década de 1980, las protestas por la paz de la década de 1960, e inspiraron movimientos de resistencia en los territorios ocupados por los nazis durante la década de 1940. Pero los activistas no violentos de hoy han llevado el humor a otro nivel. La risa y la diversión ya no son marginales en la estrategia de un movimiento, ahora sirven como una parte central del arsenal activista, imbuyendo a la oposición de un aura de serenidad, ayudando a romper la cultura del miedo inculcada por el régimen y provocando este reacciones que socavan su legitimidad.
En España, por suerte, esto del humor no se nos da mal del todo. Popovic y Joksic se hacen eco en el artículo, publicado en 2013, de cómo los indignados utilizaban por aquellos entonces representaciones teatrales satíricas, flashmobs y manifestaciones en apariencia espontáneas de canto y baile que se conviritieron en el sello distintivo del movimiento anticapitalista español. ¡Qué tiempos aquellos! Recuerdos que deberían hacer reflexionar a los auténticamente «indignados», que deberían abandonar sus poltronas y volver a incendiar las calles de risa.
Cuando el humor se combina con las fantasías y los miedos oscuros e irracionales que fluyen por el alcantarillado de nuestra consciencia, el resultado es simplemente fascinante.
En el año 2007, las mujeres de Birmania (o Myanmar) promovieron una campaña contra las brutalidades practicadas por el régimen militar. La junta del general Than Shwe utilizó la violencia sexual, física y emocional sistemática y generalizada contra las mujeres, y existen casos documentados de utilización de la violación como arma de guerra contra las minorías étnicas.
La campaña Pantis para la paz jugó con el temor supersticioso de los líderes religiosos de la Junta de que la ropa interior femenina, limpia o sucia, podría arrebatarles el poder actuando como una maldición contra sus soldados. El poder, ya se sabe, depende en gran medida de lo que tengan en su cabeza quienes lo soportan. Por todo el mundo las mujeres que se solidarizaron con la campaña colgaron sus bragas frente a las embajadas birmanas o se las enviaron a los militares metidas en un sobre.
La campaña coordinada fue brillante por su estrategia de atacar las creencias sin necesidad de una exposición directa de los activistas, en este caso, mujeres que podían limitarse a franquear un sobre en una oficina de correos. Me imagino la sonrisa mefistofélica de la primera de aquellas activistas que concibió la idea, y algunas de sus reuniones para coordinar la campaña, en las que supongo que sería imposible que no se partieran de la risa.
Este último mes he estado buceando por el apasionante mundo del activismo no violento, nutriéndome de la inspiración y los recursos necesarios para poder mirar al fanatismo y la estupidez que nos gobiernan con ideas del paleolítico y que se mueven entre el ofensivo paternalismo de las democracias ajadas y el brutal totalitarismo que sigue campando a sus anchas por el planeta con esos rostros contritos de dictadores y revolucionarios, de los que ya se ocupó Carolina. Es un tema de la máxima prioridad anarcoutopica, y sobre el que espero poder detenerme aquí en algunos de sus logros y expectativas.
Imaginación nos va a hacer falta, y mucha, para superar los retos que enfrentamos. Y humor, mucho humor. El humor es la gasolina que no lo solo podemos, sino que debemos quemar sin restricciones para infectar la atmósfera de esperanza y risactividad.
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(1) Laughtivism.
Imagen: Globo Bebé de Donald Trump, utilizado durante las protestas por la visita a Reino Unido en 2018, adquirido por el Museo de Londres.
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