La máquina en los sueños de economistas muertos

En 1865, Alfred Marshall fue presentado en el foro de debate intelectual de la Universidad de Cambridge, que poco después pasaría a llamarse el Club Grote, en honor de su fundador, el reverendo John Grote1. Recién graduado en matemáticas, acababa de ser reconocido Segundo Vaquero2 (tras Lord Rayleigh, el Vaquero Senior) e inmediatamente propuesto para una beca.

Marshall acabaría convirtiéndose en uno de los economistas más influyentes de su tiempo y, de hecho, de la historia de la economía. Sus principios de Economía (Principles of Economics) publicados en 1890, fueron el libro el texto de referencia en Reino Unido durante muchos años. Pero en 1865, Marshall aún estaba en ese glorioso camino de descubrimiento que ha de recorrer toda mente brillante. La de Marshall tuvo que ser, cuando menos, una mente curiosa, el tipo de mente polímata que Keynes cree que necesita un buen economista3:


El estudio de la economía no parece requerir ningún don especializado de un orden inusualmente elevado. ¿No es, desde el punto de vista intelectual, una materia muy sencilla en comparación con las ramas superiores de la filosofía y la ciencia pura? Sin embargo, los economistas buenos, o incluso meramente competentes, son los más raras de todas las aves. ¡Un tema fácil en el que muy pocos sobresalen! La paradoja encuentra su explicación, quizás, en que el economista versado debe poseer una rara combinación de dones. Alcanzar un alto nivel en varias direcciones diferentes y combinar talentos que no suelen encontrarse juntos a menudo. Debe ser matemático, historiador, estadista, filósofo, en cierta medida. Debe entender los símbolos pero hablar con palabras. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto en un mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado con propósitos de futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar completamente al margen de su consideración. Debe tener un propósito y ser desinteresado de modo simultáneo; tan distante e incorruptible como un artista, pero a veces tan cerca de la tierra como un político. Mucha, aunque no toda, esa polivalencia ideal Marshall la tenía.

(J.M. Keynes, mi traducción)


Marshall tenía un talento natural para las matemáticas. Como sucede a menudo, su padre las odiaba y quería que estudiara hebreo y él hizo de ellas la bandera de su emancipación, y solía regocijarse de que su padre no pudiera entenderlas. Pensó primero dedicarse a la física molecular, pero su deseo de estudiar física fue (en sus propias palabras)3 «truncado por el repentino aumento de un profundo interés por los fundamentos filosóficos del conocimiento, especialmente en relación con la teología.» En aquellos días de licenciatura de Marshall en Cambridge, su preferencia por las matemáticas sobre los estudios clásicos no interfirió con sus primeras creencias religiosas.

Marshall escribió cuatro artículos para sus presentaciones en el Club Grote. Su audiencia, sin duda selecta, fue muy limitada y, de hecho, no fueron publicados hasta 1994 por Tiziano Raffaelli.4,5

Raffaelli estaba buscando pistas sobre el origen de las ideas y logros de Marshall, y en particular sobre la preferencia de Marshall por las analogías biológicas sobre las mecánicas (la Meca de la Economía que aparece en el prólogo de sus principios). Los cuatro artículos del Club Grote no le resultan especialmente esclarecedores y cree que carecen de interés. Excepto, el tercero, Ye Machine6 (c. 1867), en el que lo que encontramos es todo lo contrario de lo que está buscando, un intento de fundamentar los procesos biológicos en analogías mecánicas cuyo foco es, de hecho, una máquina con comportamiento similar al de un ser humano4.


(…) su contenido inusual y fascinante difícilmente podría dejar de despertar la curiosidad. Marshall describe el funcionamiento de una hipotética máquina mental y explica cómo llega a adquirir instintos, voliciones, expectativas y diferentes posibilidades de reacción ante estímulos externos.


Inspirado por trabajos científicos-recientes en psicología, evolución y máquinas calculadoras, y no precisamente los que esperaba encontrar Raffaelli, Marshall describe el diseño de un dispositivo mecánico (un robot en la terminología actual que aún no existía) equipado con sensores, actuadores y circuitos internos que le permitirían desarrollar ideas y razonamientos progresivamente más sofisticados sobre su funcionamiento e interacciones con el mundo.

Marshall estructura la maquinaria mental de su robot6 en tres partes que denomina cuerpo, cerebelo y cerebro, (las dos últimas llamadas conjuntamente cerebro) y dos niveles de operación. El primero, que tiene lugar en el cerebelo, controla el cuerpo, el segundo, que tiene lugar en el cerebro, controla el cerebelo. Con su modelo Marshall especula con «obtener una confirmación de la doctrina de que todos los fenómenos de la mente humana, todas las indicaciones internas y externas directas de lo que la gente llama el alma humana, pueden explicarse por medio de agentes mecánicos más la autoconciencia»

La propuesta de Marshall está concebida como un experimento mental más que como un diseño práctico. Lo que describe es una máquina con un mecanismo capaz de fortalecer el vínculo entre elementos internos que tienden a estar activos al mismo tiempo, lo que ahora se calificaría como una forma de aprendizaje asociativo7. Una máquina de este tipo también podría aprender al recibir retroalimentación positiva o negativa sobre sus propias acciones, y también desarrollar instintos para mantener los estados deseados. Aunque estos instintos podrían surgir de los mecanismos de aprendizaje asociativo, Marshall enlaza directamente con la teoría de la evolución de Darwin5:

Primera página de Ye Machine4

Podemos suponer que la Máquina contiene un número indefinido de ruedas de varios tamaños y en varias posiciones. (…) Supongamos entonces que cuando dos ruedas cualesquiera realizan juntas dos revoluciones parciales, la Máquina puede conectarlas mediante una banda ligeramente ajustada. De esta manera, cuando una de ellas vuelva a girar, la otra lo hará también, a menos que exista una fuerza de resistencia u oposición, en cuyo caso la banda se deslizará. Cada vez que se repita el mismo doble movimiento, la banda se tensará.

Además, la Máquina, como el reloj de Paley8, podría crear otras que se parecieran a ella. Obtendríamos así un instinto hereditario y acumulativo, pues estos descendientes, como se les podría llamar, podrían variar ligeramente, debido a circunstancias accidentales, del padre. Aquellos que fueran más adecuados para el medio ambiente se abastecerían más fácilmente de combustible, etc. y tendrían una mayor probabilidad de mantener una actividad prolongada. El principio de la selección natural, que de hecho sólo implica agentes puramente mecánicos, estaría así en pleno funcionamiento.


Marshall discute también cómo el diseño del cerebro podría darle a la Máquina el poder de razonar sobre secuencias de eventos futuros mediante la introspección. Asimismo se refiere a su capacidad para aprender conceptos sobre el lenguaje, los números y la aritmética, la geometría, la mecánica y las ciencias naturales. Marshall invoca también la idea de selección natural para sugerir que podría ayudar a las máquinas a desarrollar capacidades complejas para la cooperación y la comunicación de ideas, junto con fuertes poderes de simpatía y carácter moral.

Teniendo en cuenta el momento de tiempo en que se vierten estas ideas: los comienzos de la carrera de un joven matemático en proceso de metamorfosis a economista en la década inmediatamente posterior a la publicación del Origen de las Especies de Darwin10, el valor documental que tienen como reflejo del Zeitgeist de ese momento, y de la larga historia de la relación de nuestra especie con las máquinas, va mucho más allá de su rigor científico o viabilidad tecnológica.

Por eso me resulta especialmente chocante tanto la condescendencia de Raffaeli, como el comentario francamente despiadado de Philip Mirowsky en su voluminosa (y no demasiado ensalzada) obra Sueños de Máquina (Machine Dreams)9:


En el manuscrito, Marshall se limita a equiparar la mente con el mecanismo sin disculpa ni motivación, y procede a imaginar una máquina de placer compuesta por todo tipo de prodigiosas ruedas, bandas y calderas. Debido a que la fantasía neoclásica creció hasta alcanzar proporciones prometeicas, lo imposible simplemente se confundió con lo abstracto en los sueños de la máquina de Marshall: «Si las ruedas, etc. de la máquina son lo suficientemente numerosas tendrá, por supuesto, un poder infinito». Es evidente que Marshall nunca se había acercado mucho a ninguna máquina reconocida por los ingenieros del momento.


Comparados con las tonterías, mucho menos imaginativas, que se ve forzado a contar hoy cualquiera que quiera hacerse un hueco como gurú de la tecnología, y en particular los jóvenes con aspiraciones en el mundo laboral y académico, me parece que los sueños de Alfred Marshall son más que disculpables. Son enternecedores.

Aunque supongo que no hay nada como destrozar los sueños de la imaginación de un economista muerto, para asegurarnos de que no somos esclavos de sus ideas.

___________________

(1) Un blog en su honor.

(2) Un Vaquero (Wrangler) es un estudiante de la Universidad de Cambridge que obtiene honores de primera clase en el último año de la licenciatura en matemáticas. El estudiante con la puntuación más alta es el Senior Wrangler, el segundo más alto es el Second Wrangler.

(3) Keynes, J. M. ‘Alfred Marshall, 1842-1924’. The Economic Journal 34, no. 135 (1924): 311–72. https://doi.org/10.2307/2222645.

(4) Raffaelli, Tiziano. «Editing economists’ non-economic manuscripts: the case of Marshall’s early philosophical papers.» Revue européenne des sciences sociales 30.92 (1992): 81-92.

(5) Dorin, Alan, and Tim Taylor. «Rise of the Self-Replicators: Early Visions of Machines, AI and Robots That Can Reproduce and Evolve.» (2020).

(6) La descripción que sigue está basada en las referencias citadas (4 y 5). El artículo de Marshall recuperado en la obra de Raffaelli es innacesible (en formato digital). Mis bots continúan trabajando para localizarlo.

(7) Teoría de Hebb ochenta años antes de la teoría de Hebb.

(8) William Paley (y su argumento teleológico del relojero).

(9) Mirowski, Philip. ‘Machine Dreams’. Cambridge Books, 2002.

(10) Samuel Butler y George Eliot (permanece atento a este blog) escribieron sobre el tema en ese mismo periodo

Imagen: Gutalin, Landscapes L51

2 comentarios sobre “La máquina en los sueños de economistas muertos

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