Cuidado con las ideas de primera mano

Los únicos libros que nos influyen son aquellos para los que estamos preparados y que han llegado un poco más lejos en nuestro camino particular que nosotros mismos1

(E.M. Forster)

E. M. Forster fue un escritor inglés conocido por «Una habitación con vistas» (A Room with a View, 1908), «Howards End» (1910) y «Un pasaje a la India» (A Passage to India, 1924), llevadas al cine y estrenadas en los años 1984, 1985 y 1992. Algo «forsteriano» (que ignoro) debió ocurrir durante esos años. En 1909, publicó La Máquina se para (The Machine Stops), un cuento o novela muy corta (12.000+ palabras) de ciencia ficción, que es en la que yo quiero detenerme aquí brevemente.

La historia nos presenta un futuro en el que los humanos viven bajo tierra en cómodas habitaciones individuales donde todas sus necesidades corporales son exquisitamente atendidas por la Máquina, la tecnología global que todo lo nutre. Las habitaciones están conectadas con tubos de alimentos, tubos de medicinas y tubos de música que la Máquina ha ido «evolucionando». La superficie de la tierra es solo polvo y barro, y ya solo puede visitarse con un respirador y un permiso de egresión (Egression-Permit), pero los habitantes de esa futura Tierra son libres para concentrarse en las ideas. Sí así es como lo formula Forster. En consumirlas (educación), crearlas y diseminarlas (dar conferencias). Es una sociedad de intelectuales en la que, de hecho, los individuos físicamente dotados son proactivamente eliminados.

Cada bebé era examinado al nacer y todos los que prometían una fuerza excesiva eran destruidos.

La eugenesia era materia de debate en aquellos tiempos, y hago notar que la tecnología que Forster tenía en mente les obligaba a esperar al momento del nacimiento para tomar la terrible decisión. La obra está considerada un clásico de la literatura distópica que abraza la idea de una tecnología omnipresente de la que acabamos dependiendo y que terminará por anularnos y/o esclavizarnos, idea muy presente entre los críticos actuales de la tecnología del momento (¿Nos está Google volviendo estúpidos?), pero que se remonta sin duda a los inicios de nuestra historia como especie «tecnológica» y adquiere un especial vigor durante la revolución industrial y, muy en especial, tras la publicación de la teoría de la evolución de Darwin.

Leyendo a Forster, uno no deja de pensar en la propuesta que nos hace Samuel Butler en Erewhon de erradicar las máquinas para evitar precisamente lo que se describe en el cuento. Todo ello asumiendo, claro, que la lectura de Forster venga después de la de Butler, como es mi caso, en ese camino de descubrimiento de las ideas tan particular de cada cual2. En todo caso, Forster sí había leído a Butler y, de hecho, reconoció su influencia en el libro al que pertenece la cita con la que arranco este post.

El cuento está plagado de entrañables referencias al novum por medio de referencias indirectas, neologismos y alguna breve concesión a la descripción.

Se habían construido aviones de carreras con ese propósito, capaces de alcanzar una velocidad enorme y pilotados por los más grandes intelectos de la época.

Pero Forster no se detiene (imposible en una novela tan corta) en su análisis detallado. Es una estrategia que me parece no solo acertada, sino borgianamente envidiable.

Para alguien familiarizado con esta temática (y quién no lo está hoy) la historia de la Máquina que se detiene no aporta grandes novedades. Excepto si lo que vamos buscando, o a lo que nuestra experiencia vital nos predispone, no es tanto el argumento novedoso o la temática central sino lo que, personalmente a estas alturas de mi propio viaje a través de las ideas, considero lo más interesante de casi cualquier obra de este estilo: las ideas laterales, las disquisiciones que el autor vierte en una obra que, con gran probabilidad en el caso de Forster, ha sido diseñada como excusa y como andamio para una reflexión casi obligada1. En este caso sobre un tema eterno, pero que a principios de siglo XX, en la época de esplendor de Julio Verne y HG Wells, y muy poco antes de que la ciencia ficción adquiriese su estatus actual y su nombre, se torna prominente y adopta una forma particular.

Y con lo que yo me derrito al leer sobre la Máquina de Forster es con la crítica despiada al control y la burocracia (¿o debería llamarlo tecnocracia?). Porque detrás de la máquina todopoderosa hay un Comité de la Máquina o Comité Central, y hay luego comités específicos que se encargan de aspectos concretos, como el delicioso (y terrible) Comité de Reparación del Aparato (Committee of the Mending Apparatus). El aparato de autorreparación que Forster describe en la Máquina y que soluciona los problemas habidos y por haber, está dotado de la más terrible de todas las tecnologías que los humanos hemos concebido, la de la Megamáquina de Lewis Mumford3, la burocracia.

Y es esta conexión con un autor lejano en el tiempo, con el que ya no podemos contactar por email o Whatsapp y que nunca nos encontraremos en un congreso, pero que al leerlo te das cuenta de que veía lo mismo que estás viendo tú ahora, lo que en realidad vamos buscamos algunos lectores, ya sea por razones de nuestra avanzada edad, nuestras particulares obsesiones o nuestro particular grado de trastorno alienimagina.


”Cuidado con las ideas de primera mano!” exclamaba uno de los más progresistas entre ellos. ”Las ideas de primera mano no existen realmente. No son más que las impresiones físicas producidas por el amor y el miedo, y ¿quién podría erigir una filosofía sobre cimientos tan vulgares? Que tus ideas sean de segunda mano, y si es posible de décima mano, porque solo este caso estarán lo suficientemente alejadas del elemento distorsionante – la observación directa. No tratéis de aprender nada sobre el tema de esta disertación: la Revolución francesa. Estudiad, en cambio, lo que yo pienso sobre lo que Enicharmon pensaba que Urizen pensaba que Gutch pensaba que Ho-Yung pensaba que Chi-Bo-Sing pensaba que Lafcadio Hearn pensaba que Carlyle pensaba que Mirabeau dijo sobre la Revolución francesa. Por medio de estas diez grandes mentes, la sangre que se derramó en París y las ventanas rotas en Versalles se clarificarán en una idea que podréis emplear de la manera más provechosa en vuestra vida diaria. Pero aseguraos de que los intermediarios son muchos y variados, porque en la historia una autoridad existe para contrarrestar a otra. Urizen debe contrarrestar el escepticismo de Ho-Yung y Enicharmon. Yo mismo debo contrarrestar el ímpetu de Gutch. Vosotros que me escucháis a mi estáis en una mejor posición que yo para juzgar sobre la Revolución francesa. Vuestros descendientes estarán incluso en una mejor posición que vosotros, porque aprenderán lo que creeis que yo pienso, y se agregará otro paso intermedio a la cadena. Y con el tiempo —su voz se elevó— vendrá una generación que habrá ido más allá de los hechos, más allá de las impresiones, una generación absolutamente incolora, una generación

«Seraficamente libre de la mancha de la personalidad»

que verá la Revolución francesa, no como sucedió ni como les gustaría que hubiera sucedido, sino como habría sucedido si hubiera tenido lugar en los días de la Máquina.


Gloria y kudos para las ideas de Forster. Gracias por dejarme manosearlas.

____________________

(1) “A Book that Influenced Me” en Two Cheers for Democracy (1951)

¿Por qué me influyó este libro? Por un lado, tengo el tipo de mente a la que le gusta que la cojan desprevenida. La presentación de gala, frontal, de una opinión a menudo me repugna, pero si se desliza insidiosamente por un lado, puedo aceptarla, y Butler es un maestro de lo oblicuo. Por otro lado, lo que cuenta es simpático, y lo devoré. Era la comida que estaba esperando. Y esto me lleva al siguiente punto. Sugiero que los únicos libros que nos influyen son aquellos para los que estamos preparados y que han llegado un poco más lejos en nuestro camino particular que nosotros mismos. (…)

Sabes que estás siendo influenciado cuando te dices: «Yo mismo podría haber escrito eso si no hubiera estado tan ocupado». Supongo que yo no podría haber escrito la Divina Comedia o la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, ni siquiera creo que hubira posido escribir Antígona de Sófocles, aunque de todas los grandes pronunciamientos trágicos que más se llegan al corazón, este es mi fe central. Pero sí creo (bastante erróneamente) que podría haber producido esta pequeña parodia de Erewhon si se me hubiera ocurrido la idea. Lo cual es una fuerte evidencia de que me ha influido.

(2) Sí, particular incluso a pesar del doloroso y programático esfuerzo de la educación

(3) Mi obsesión con este tema es evidente en varios de mis cuentos en «La culpa fue del pangolín».

Todas las traducciones del autor de este post.

Imagen: Casey Mckee, The Machine Stops

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