Nunca me han gustado las corbatas. Cuando era joven las odiaba. Hoy no sé, pero en aquel remoto pasado, los jóvenes rebeldes odiábamos las corbatas. Recuerdo a mi padre ajustándose el nudo de la corbata delante del espejo, y esa imagen está grabada en mi memoria como epítome de todo lo que en aquel momento encontraba de atávico e irracional en la sociedad. Me resultaba difícil imaginar algo más inútil, más incómodo y decididamente anticuado que una corbata. No podía entender como alguien podía optar libremente por vestir algo así a finales del siglo XX, por qué los hombres llevaban corbatas. Las corbatas eran el yugo.

Recuerdo que mi padrino (¡madre mía, qué connotaciones!) que era una persona respetable, extremadamente formal y que llevaba siempre corbata, me reconvino un día con amabilidad: jovencito, tú también acabarás vistiendo de manera formal. Durante toda mi vida he recibido muchas advertencias similares. Personas generalmente mayores y, sin duda, más sabias que yo me han advertido: Terminarás escuchando y disfrutando de la ópera (hubo un momento en que lo consideré imposible). Terminarás perdiendo a tus amigos del colegio (terrible amenaza contra la que me revolvía airado). Terminarás siendo un viejo feo y solitario (cuán largo me lo fiais). Etc. etc., etc. Es terrible porque, casi sin excepción, esas personas tenían razón. También mi padrino con la corbata.
Y efectivamente llegó el día en que yo también me descubrí delante del espejo anudándome una corbata. Y por supuesto, en aquel momento yo ya no podía admitir que se trataba de un yugo, menos aún que había cambiado de opinión como un pusilánime. Yo no era una veleta que cambia de orientación solo porque cambie el viento, me reafirmaba a mí mismo frente al espejo. Y en cierto modo era verdad. Soy uno de esos cabezotas que han de meter el dedo en la llaga y convencerse a sí mismos. ¿Qué me había hecho cambiar de opinión?
Las corbatas no fueron algo que mereciera la pena siquiera considerar, hasta que encontré un libro sorprendente mientras deambulaba entre los estantes de una de mis librerías favoritas, una de las muchas hoy ya desaparecidas que durante mucho tiempo fueron para mí el equivalente al templo sagrado para la persona auténticamente religiosa. Un lugar en el que podía aislarme y donde podía encontrar a muchas otras personas incluso más sabias que aquellas de mi entorno cercano que me ofrecían generosamente sus ideas.
Yo no iba buscando nada similar, no desde luego una justificación para vestir una corbata. No se me había ocurrido pensar que, como suele ocurrir, alguien había pasado ya por ese mismo trance que mi padrino había pronosticado que yo debería afrontar, y se había tomado la molestia (o el placer) de encontrar una razón de ser para la corbata. Y allí estaba, delante de mí. Si había algo que podía hacerme cambiar de opinión sobre una idea tan ridícula como la corbata era un nuevo modelo, preferiblemente un modelo matemático: Las 85 formas de atar una corbata. Ciencia y estética de los nudos de corbata.
El libro de Thomas Fink y Yong Mao fue un hallazgo del todo inesperado y muy gratificante. Los dos físicos prueban que, para una corbata y usuario convencionales, hay exactamente 85 formas de anudar una corbata usando el método convencional de enrollar el extremo ancho (activo) de la corbata alrededor del extremo estrecho (pasivo). Describieron los resultados en dos artículos publicados en Nature1 y Physica A2 justo a finales del siglo pasado, mientras trabajaban como investigadores en Cambridge, y cuando yo estaban cruzando el peligroso umbral de la formalidad3. El libro está traducido al español y publicado en noviembre de 2000.
De repente, todo se reducía sencillamente a eso: matemáticas. Teoría de nudos ¡la ciencia y la estética de la corbata! Apenas diez minutos de lectura atenta me convencieron de que las corbatas eran algo que realmente valía la pena considerar.
Ese libro marcó un antes y un después en mi vida. Después de leerlo, cada vez que anudaba la corbata por la mañana frente a mi imagen reflejada en el espejo, yo era plenamente consciente de cómo el tejido de la corbata, sus formas y sus colores, la topología del particular nudo que yo había elegido ese día, se aliaban de manera misteriosa y sorprendente para producir un efecto estético de naturaleza superior. Nadie que no sea consciente de la matemática, incluso si se fija con atención en la forma del nudo y el tejido de la corbata, puede llegar a sentir el mismo placer que experimentaba yo en ese momento frente al espejo.
Solo las matemáticas pueden ofrecer auténtico sentido y sensibilidad a la corbata3, aunque…
Se ha hablado mucho sobre la desaparición de la corbata, y a lo largo de los últimos cien años se ha profetizado en repetidas ocasiones su muerte. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que las corbatas anudadas han sido atuendo estándar durante 350 años, y que si la corbata desaparece, es casi seguro que algo anudado alrededor del cuello la reemplazará. Sin embargo, si decides usar un traje sin corbata, aquí tienes algunos consejos. Usa siempre una camisa de vestir (una camisa con botones en el frente); un traje con una camiseta siempre se ve ligeramente ridículo. Mantén desabrochado uno o los dos botones superiores de la camisa. Si te quitas la corbata y la chaqueta, piensa en remangarte también.
(Thomas Fink, Encyclopedia of Tie Knots, mi traducción)
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(1) Fink, Thomas M., and Yong Mao. «Designing tie knots by random walks.» Nature 398.6722 (1999): 31-32.
(2) Fink, Thomas MA, and Yong Mao. «Tie knots, random walks and topology.» Physica A: Statistical Mechanics and its Applications 276.1-2 (2000): 109-121.
(3) La versión original de este post la escribí y publiqué (en inglés) en un predecesor ya desaparecido de Mind the Post. Aunque los usos y costumbres con respecto a la corbata se han relajado en los últimos diez o quince años, la foto de los dirigentes en la cumbre de Shangai sigue mostrando, en esencia, esa misma imagen que describo al principio y que me sigue pareciendo igualmente odiosa. Es ese tipo de vestimenta «formal» la que instrumentaliza y prostituye a la corbata (como al traje).
Imagen destacada: Nature Op. cit. (adaptada)
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