Ciencia y mito

¿Son los mitos relevantes en la actualidad? Los antiguos creían que sus «primitivas» acciones, como la oración y el sacrificio, podían influir en los dioses. ¿Se han convertido la ciencia y la tecnología en el mito de la sociedad actual? Nuestra confianza ciega en sus posibilidades ¿se apoya tal vez en el mismo proceso psicológico?

El mito es un género folclórico integrado por narrativas sobre acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, que juegan un papel fundamental en una sociedad. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, en la que se consideran historias verdaderas. Al conjunto de los mitos de una cultura se le denomina mitología.

En el mundo moderno, los mitos y las historias siguen jugando un papel importante, incluso en el campo de la investigación científica. Los científicos cuentan historias sobre personajes y grandes acontecimientos de la ciencia, como el descubrimiento de la penicilina, el descubrimiento de la estructura del ADN, el desarrollo de vacunas o las batallas que libraron Galileo y los primeros defensores de un nuevo modelo heliocéntrico del sistema solar. Contra las fuerzas reaccionarias de la Iglesia. Son historias que ayudan a los jóvenes científicos a comprender los beneficios colectivos de la investigación, que van más allá del progreso y el éxito personal. Estos nuevos mitos científicos se basan en la realidad, pero a veces sacrifican la precisión histórica en aras del argumento, de manera no muy diferente a la manera de Homero con las guerras troyanas.

Al igual que la mitología, la ciencia intenta crear una cosmovisión coherente, una tarea que, con independencia del nivel que alcance nuestro conocimiento es imposible completar pero que, sin embargo, buscamos por alguna razón que no es la ciencia en sí misma. La obsesión por la coherencia y la simetría (la belleza) en las teorías físicas conduce a imágenes indistinguiblemente mitológicas, como la materia y la energía oscura, que se postulan para explicar la aparente falta de masa y energía. La búsqueda de la inmortalidad a través de la integración con la tecnología, el transhumanismo y la singularidad, o incluso la ambición de colonizar el espacio, proyectan hoy nuestras aspiraciones de transcender. La ciencia comparte objetivos y propósitos prácticos con la mitología, la magia y la religión: la misma naturaleza «salvífica» de «las artes» que nos permiten controlar la realidad y lograr el completo bienestar de la humanidad.

En «Science As Salvation» (La ciencia como salvación) y «The Myths we live by» (Los mitos por los que vivimos), Mary Midgley se pregunta cuál es el papel de los científicos en la sociedad actual y ¿qué deberíamos pensar cuando hablan de algo más (¿especulación?) que simplemente ciencia? Para Midgley, los mitos no son mentiras ni meras historias, sino una red de poderosos símbolos que sustentan formas particulares de interpretar el mundo. Argumenta sobre nuestra confusión con algunos de los más poderosos mitos de la modernidad, como el mito del contrato social, el mito de la consciencia (o la mente) independiente del cuerpo, el mito del progreso o el mito de la máquina que surge con fuerza durante el siglo XVII y sigue siendo dominante en la actualidad. (Basta mirar las noticas sobre los robots que vienen a por nuestros trabajos, un día cualquiera en las noticias.)

El terreno de debate sobre ciencia y mitología es pantanoso. Wikipedia recoge, por ejemplo, el acalorado debate entre Midgley y Richard Dawkins a propósito de la idea del gen egoísta, en la Midgley ve una profunda trampa ideológica. La ideología que Dawkins vende es el culto a la competencia. Con ella proyecta una visión thatcherista de la economía en la evolución. No se trata de punto de vista científico imparcial, sino de drama político. Hay un descontento generalizado con la ortodoxia neodarwinista —o dawkinista— que afirma algo que el mismo Darwin negó, a saber, que la selección natural es la única y exclusiva causa de la evolución, lo que hace que el mundo resulte completamente aleatorio. Ésta es en sí misma una fe extraña que no debe darse por sentada como parte de la ciencia.

Wikipedia recoge también la controversia generada por un artículo de opinión de Paul Davis publicado en 2007 por New York Times con el título de «Taking Science on Faith» (Aceptar la ciencia como fe). Davies argumenta que la fe que tienen los científicos en la inmutabilidad de las leyes físicas tiene su origen en la teología cristiana, y que la afirmación de que la ciencia está «libre de fe» es «manifiestamente falsa». Edge publicó una crítica del artículo de Davies escrito por The Reality Club, con Nathan Myhrvold, Lee Smolin y John Horgan entre otros, junto con una respuesta del propio Davies que comienza así: Me quedé consternado al ver la cantidad de detractores que no entendieron nada de lo que había escrito. De hecho, sus respuestas tenían el sello de una reacción instintiva y superficial al ver las palabras «ciencia» y «fe» yuxtapuestas.

Richard Dawkins, que no se pierde un buen debate, ha criticado la postura de Davies sobre la ciencia y la religión en «The God Delusion» (El espejismo de Dios). Debo decir que habiendo leído al mejor Dawkins, que para mí es más «El relojero ciego» que el afamadísimo «gen egoísta», en general tendería a alinearme con sus planteamientos (ideológicos o no) sobre una evolución sin propósito y una ciencia desalmada. Pero recomiendo sin ambages la lectura de Midgley que es amena, profunda y enriquecedora. Y desde luego la imaginación de Paul Davis, a quien tengo identificado como una de las mentes más curiosas y provocativas (más por sus ideas sobre la biosfera en la sombra, que por las relativamente cercanas estado del arte sobre la información como esencia de la vida) que pueblan el momento actual.

Nada como este tipo de debates para mantener la mente alerta.

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Imagen: Petroglifos arcáicos Fremont, Rio Colorado, Wikimedia Commons

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