La autoorganización y el comportamiento emergente espontáneo son propiedades conocidas de la dinámica de los sistemas complejos en interacción con su entorno(1). La vida es seguramente el sistema más complejo que conocemos y, por lo que sabemos, ha emergido sin ningún tipo de control central o externo para organizarse. Los estudios sobre inteligencia de enjambre (swarm intelligence), los bancos de peces, las bandadas de pájaros, las colonias de hormigas ponen de relieve la ausencia de un controlador central o externo en las estructuras y dinámicas poblacionales. La sociedad humana también se autoorganiza, desde las familias, clanes, poblaciones, biomasa, nichos ecológicos, hasta la biosfera. La contemplación del orden natural que surge en los ecosistemas debería ser razón suficiente para cuestionar el uso de mecanismos de control centralizados al intentar organizar sistemas tan complejos como los Sistemas Sociales Humanos. La mejor manera de organizarlos es aprovechar su capacidad natural de autoorganización, en lugar de tratar de imponerles orden desde arriba o desde afuera por medio de regímenes políticos con estructuras de control jerárquicas piramidales, verticales y descendentes.
Sin embargo, la autoorganización no solo se ha ignorado sino que se ha evitado a lo largo de la historia de los sistemas de organización y gobierno, y se han desarrollado mecanismos para impedirla. Políticamente, la historia de la humanidad puede verse como la imposición de un orden artificial sobre los sistemas sociales humanos. Las normas del derecho y el sistema legal bloquean la tendencia natural a autoorganizarse que los sistemas sociales humanos, como cualquier otro sistema complejo, presentan en ausencia de un control centralizado impuesto de arriba hacia abajo.
La topología predominante en la estructura de organización en la historia de la civilización occidental es la de un árbol. Es una estructura que se ha mantenido durante más de 2500 años. Los cambios de un tipo de gobierno a otro se asumen de manera equivocada como cambios de régimen político (por ejemplo, de presidencial a parlamentario), cuando la realidad es que los cambios son mera terminología y no implican en modo alguno una transformación en la topología. Monarquías, imperios, dictaduras, repúblicas y democracias son estructuras jerárquicas en árbol, con todas las consecuencias e implicaciones que ello acarrea: división, imposición, dominación, subordinación y exclusión, en una palabra: control.

De manera sorprendente son muy pocos los trabajos que han estudiado la estructura de las organizaciones y las implicaciones que la topología de árbol de los regímenes políticos tienen sobre los sistemas sociales. A pesar de que la mayoría de los regímenes políticos poseen topologías de árbol y jerarquías de control, la literatura demuestra que estas estructuras se dan por sentadas sin que exista un cuestionamiento o un estudio a fondo sobre las implicaciones de dicha topología. Es una problema manifiesto de la ciencia política, puesto que si la principal función de los sistemas y regímenes políticos es organizar las sociedades humanas ―y sus entornos―, debería existir una teoría al respecto que se cuestione sobre los posibles modos de organización a partir de lo que estas son, sistemas complejos.
Se atribuyen comportamientos a los sistemas sociales humanos en los que se ignoran o desconocen los atributos y propiedades derivadas de la no linealidad de sus interacciones. Tampoco existe foco en el sistema político como sistema de información. Los sistemas políticos son modelos de toma de decisión en los que se transforman ciertos inputs (demandas, recursos, apremios, etc.) en outputs (decisiones políticas). Si procesar información para la toma de decisiones se viera como la principal función de un sistema político, un enfoque computacional resultaría conveniente en el estudio de las estructuras y dinámicas políticas.
Los regímenes políticos, sin embargo, presentan propiedades que no reflejan la complejidad estructural o incluso se oponen a las características y propiedades naturales de los sistemas sociales humanos y de toma de decisiones. Son modelos rígidos, cerrados, inflexibles, que no se adaptan y se espera que funcionen por medio de ingenuas relaciones de causa-efecto. En una topología de árbol la cima de la pirámide, los denominados «tomadores de decisiones» tanto en entornos gubernamentales como corporativos, toman decisiones sobre el resto de la estructura que afectan a la propia estructura y a su entorno. Esta estructura impide de facto un mejor aprendizaje, adaptación y ocasionalmente inclusión. Los gobernadores y los comandantes actúan como atractores que amplifican las reacciones negativas al inhibir la capacidad de los sistemas sociales humanos para generar su propio orden adaptativo. En muchos casos, la necesidad de los gobernadores es el responsable directo de los conflictos en los niveles intermedios y micro, y podría decirse sin ambages que las guerras y la violencia, en todas sus formas, son en muchos casos el resultado de esta estructura.
La división artificial entre la sociedad política y la sociedad civil ha limitado o impedido tradicionalmente los procesos de autoorganización. La autoorganización es un mecanismo efectivo para limitar las cascadas de errores en los regímenes políticos. Las interacciones entre los bucles de retroalimentación positivos y negativos ayudarían a auto diagnosticar, auto reparar, autocorregir fallas de manera local en los sistemas de organización humana, de la misma manera que lo hacen en otros tipos de sistemas. La crítica y el rechazo de la topología jerárquica en árbol apuntan, en consecuencia, a una mayor flexibilidad, libertad, democracia y reducción o eliminación de la violencia política. En consecuencia, sería posible un mundo más tolerante y armónico.
Filosóficamente, la anarquía no implica desorden, sino un tipo específico de orden: el resultado de la autoorganización que surge de abajo hacia arriba. La anarquía no se opone a la organización, sino a la jerarquía y al poder. El anarquismo ha prevalecido hasta cierto punto en la economía (libre mercado), en la ciencia o más recientemente en el desarrollo tecnológico (sistemas de cooperación abierta). El anarquismo, sin embargo, ha sido marginado en el contexto político y es necesario preguntarse por qué.
¿Por qué intentamos organizar a los sistemas sociales humanos como si fueran sistemas no vivos, por medio de control central, a expensas de su complejidad?
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(1) Durante la preparación Anarcoutopía he tenido la oportunidad de descubrir y procesar algunas interesantes contribuciones y reflexiones que, por razones de extensión, ha sido imposible referir de manera apropiada. Es el caso de varios trabajos publicados por Carlos Maldonado y Nathalie Mezza-Garcia sobre la relación entre anarquismo y ciencias de la complejidad.
Natalie y Carlos sostienen que hay una clara relación conceptual y teórica entre la complejidad y el anarquismo que, hasta ahora, no ha sido suficientemente expuesta y desarrollada en la literatura sobre complejidad. No considerar la complejidad de los sistemas sociales humanos en la ciencia política equivale a una aproximación reduccionista sobre el comportamiento de los individuos, los entes locales, las naciones, los grupos humanos, los sistemas sociales y sus interacciones.
Maldonado, C., and Mezza-Garcia, N. (2016). Anarchy and complexity. Emergence: Complexity and Organization 18, 52–73.
Mezza-Garcia, N., & Maldonado, C. E. (2015). Crítica al control jerárquico de los regímenes políticos: complejidad y topología. Desafíos 27(1), 121-158. doi:dx.doi.org/10.12804/desafios27.01.2015.04
Imagen: Xabi Bou, Ornitografías