Voluntarismo mágico

Hace un par de semanas saqué de mi particular congelador de ideas este post en el que, con deliberada frivolidad(1), tocaba un tema que me produce especial repulsión: la obsesión del estatus quo (político, social, empresarial, religioso) por convencernos de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, un mundo pleno de posibilidades que depende sólo de nosotros alcanzar. Una idea obsesiva e interesada que, a lo largo de la historia, se ha revestido de los más variados ropajes narrativos, de los cuales el más influyente durante el último siglo haya sido quizás el del sueño americano.

Se trata de una narrativa tan necesaria (el esfuerzo es inevitable y enriquecedor) como opresiva. Una mentira manifiesta porque ni vivimos en el mejor de los mundos, ni es cierto que el esfuerzo con toda su cohorte de igualdad de oportunidades y demás retóricas garantice nada. Y precisamente por esta contradicción intrínseca de mentira necesaria resulta tan peligrosa en la sociedad actual.

Como sucede a menudo, puesto que (casi) todo está dicho ya, hay quién ha expresado este mensaje de una manera mucho más elegante y trágica que yo. Y por pura casualidad, hace solo un par de días, este tuit de Iker Madrid me puso sobre la pista de esta tremenda reflexión de Mark Fisher(2). Su tono rezuma un marxismo empalagoso para mi gusto, pero no por ello deja de ser certera, y quiero destacarla aquí por varias razones que expongo a continuación:


Desde hace algún tiempo, una de las tácticas más exitosas de la clase dominante ha sido la responsabilización. Hacer creer a cada miembro individual de la clase subordinada que su pobreza, falta de oportunidades o desempleo es culpa suya y sólo suya. Los individuos se culparán a sí mismos más que a las estructuras sociales, que en cualquier caso se les ha inducido a creer que en realidad no existen (son solo excusas, invocadas por los débiles). Lo que Smail llama ‘voluntarismo mágico’, la creencia de que depende de cada cual llegar a ser lo que uno quiera, es la ideología dominante y la religión no oficial de la sociedad capitalista contemporánea, promovida por los ‘expertos’ de los reality shows y gurús de los negocios, tanto como por los políticos. El voluntarismo mágico es tanto un efecto como una causa del nivel actual históricamente bajo de conciencia de clase. Es la otra cara de la depresión, cuya convicción subyacente es que todos somos los únicos responsables de nuestra propia miseria y que, en consecuencia, la merecemos. Una doble carga particularmente cruel se impone ahora a los desempleados de larga duración en el Reino Unido: una población a la que durante toda su vida se le ha dicho que no sirve para nada, recibe simultáneamente el mensaje de que puede hacer lo que quiera.

Mark Fisher, Good for nothing


En Good for nothing (Bueno para nada o, en castellano cruel, inútil), Mark comienza exponiendo que ha sufrido de depresión de manera intermitente desde que era un adolescente, que en gran medida la ha superado, pero que su depresión está en la raíz de su convicción de no valer para nada. Mark se suicidó tres años después, en 2017. (Se ve que no se esforzó lo suficiente.)

El término voluntarismo mágico fue acuñado por David Smail, un psicólogo clínico británico que utilizó el materialismo cultural para explicar la angustia psicológica.

«Los llamados trastornos psiquiátricos […] son la creación del mundo social en el que vivimos, y ese mundo es estructurado por el poder». Smail describe cómo el voluntarismo mágico es «la doctrina de autoayuda que propone que los individuos pueden convertirse en dueños de su propio destino» y cómo «con la ayuda experta de tu terapeuta o consejero, tú puedes cambiar el mundo del que eres en última instancia responsable, de manera que ya no te cause angustia». Es una forma de privatización del sufrimiento que apantalla las cuestiones sociales, culturales y políticas que afectan negativamente la vida de las personas. En lugar de intentar cambiar el mundo, tal vez mediante la acción colectiva, se fuerza a las personas a que se cambien (se transformen, esa palabra) a sí mismas. Si no lo consiguen (y la depresión persiste!) es su responsabilidad.

Empalagoso marxismo, es cierto. Pero qué necesario es no perder de vista las ideas, las narrativas que nos esclavizan. Hoy más que nunca, porque son más sutiles, más camufladas y más omnipresentes que nunca.

No sufráis, queridos lectores, en breve volveré a mi habitual frivolidad evasiva.

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(1) Mi congelador está lleno de ideas que no sé como cocinar. Algunas, como ésta, son pura casquería intelectual. No soy muy fan de la casquería, y prefiero manejarla provisto de guantes, mascarilla y unas buenas pinzas para ideas. Frivolidad.

(2) Publicado en 2014 con licencia Creative Commons (CC BY-NC-SA 3.0). Está traducido al castellano, por ejemplo, aquí.

Imagen: Jacek Yerka – The Theory of Strings (2008)

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