La ignorancia nos parece, en general, un estado mental no deseable, y la decisión deliberada de ignorar algo puede hacernos arquear las cejas con incredulidad. Querer saber parece una condición natural del ser humano. Fue Aristóteles quien dijo: «Todos los hombres, por naturaleza, desean saber» . (Y supongo que incluso en la Grecia del siglo IV a. C. las mujeres también ;)).
Shakespeare nos ofrece, sin embargo, una perspectiva diferente en estas palabras que pone en boca de Otelo:
¿Qué me importaban a mí sus ratos de lascivia oculta? Yo no lo oía, no pensaba en ello; no me dolía nada, y en reposo a la siguiente noche me dormía; jovial, alegre estaba; ni en sus labios noté de Casió los ardientes besos. Pues el robado, si no advierte el robo y nadie se lo dice, no le roban nada. (William Shakespear, Otelo)
Ciertamente, las personas no siempre queremos saber y, en ocasiones, elegimos la ignorancia de manera muy deliberada, exhibiendo una forma de curiosidad negativa. Un número creciente de referencias teóricas(1) y experimentales estudia de qué manera la información puede formar parte la función de utilidad de un agente y como esto puede generar un incentivo para querer evitar la información, incluso cuando es útil, gratuita e independiente de consideraciones estratégicas.
En un artículo(2) de lectura muy recomendable publicado en 2017, Gerd Gigerenzer y Rocio Garcia-Retamero definen la ignorancia deliberada como la decisión consciente de renunciar a conocer la respuesta a una pregunta cuando se dan dos circunstancias: el conocimiento es gratuito, y la razón para escoger la ignorancia no es la indiferencia, es decir, que la respuesta tiene un interés personal. Gerd piensa que la ignorancia deliberada ha sido marginada como una mera rareza, pero que el fenómeno debería suscitar mayor curiosidad y merece más atención por parte de la comunidad científica.
Por ejemplo, ¿cuántas personas desearían conocer de antemano cuándo y cuál será la causa de su muerte? ¿Cuántos querrían saber, por ejemplo, el día de su boda, que se divorciarán?
Los avances en genómica y la investigación de biomarcadores pondrán a un número cada vez mayor de personas en la situación de tener que decidir si desean conocer problemas de salud futuros. Las clínicas ya ofrecen pruebas de detección prenatales y para los recién nacidos capaces de detectar docenas de anormalidades genéticas o metabólicas, y las personas pueden analizar su genoma. Los investigadores han identificado biomarcadores que ayudan a predecir cuándo una persona morirá y por qué causa. Otros afirman haber desarrollado pruebas que predicen con gran precisión si una pareja se divorciará y cuándo. ¿Pero le gustaría saber durante la ceremonia de la boda si su matrimonio terminará en divorcio?
¿Por qué las personas optamos por la ignorancia deliberada? Gred Gigerenzer y Rocío García-Retamero, identifican cuatro razones principales:
- para evitar las emociones negativas que pueden surgir del conocimiento previo de eventos negativos;
- para mantener las emociones positivas de sorpresa y suspense;
- para obtener una ventaja estratégica; y
- para implementar justicia e imparcialidad
En el estudio profundizan en la primera y segunda razones «emocionales» detrás de la ignorancia deliberada. Estudiando 10 eventos de relevancia personal muestran que el comportamiento, lejos de ser una anormalidad, está muy extendido y proponen una teoría de «las lamentaciones» (regret theory) para explicar este lado oscuro de la curiosidad humana (o de la falta de curiosidad). La razón para elegir la ignorancia es la anticipación de algo que vamos a lamentar.
Dos estudios representativos a nivel nacional que involucraron a más de 2.000 adultos en Alemania y España muestran que entre el 86% y el 90% de las personas prefieren ignorar eventos próximos negativos, y entre 40% y el 77% por ciento prefieren también permanecer ignorantes sobre próximos eventos positivos. Solo el 1% por ciento de los participantes siempre quiso saber qué les depara el futuro. (Instituto Max Planck, comunicado de prensa)
Pero las emociones no son la única razón para la ignorancia deliberada. Los motivos tercero y cuarto son bien conocidos en el debate académico sobre derecho y economía. El cuarto está detrás de nuestra profunda convicción de que la justicia debe ser ciega y de bellas metáforas como el velo de ignorancia de John Rawl o los tres monos sabios.
El tercero de los motivos enumerados en el estudio es incluso más interesante: cómo beneficiarse estratégicamente de permanecer ignorante. La ignorancia estratégica que se se ha estudiado en la teoría de juegos desde mediados del siglo XX está lejos de ser un ejercicio meramente académico. Todos hemos utilizado en alguna ocasión la vieja excusa «yo no sabía nada». Y por supuesto abogados, jueces y periodistas están de sobra familiarizados con ella.
Messi ante el Tribunal: «Yo solo jugaba a fútbol. Firmaba los contratos porque confiaba en mi papá y en los abogados que habíamos decidido que nos llevaran las cosas»,
Ronaldo ante la Juez: «Yo pagué todo en 2014. Yo no entiendo mucho de esto; tengo hasta sexto año de escolaridad y lo único que se es jugar bien al fútbol. Y si mis asesores me dicen ‘Cris no hay problema’, pues les creo»
Francisco Javier Ortega-Bago, ¿Qué es la ignorancia deliberada (willful blindness)?
La infanta Cristina se escudó en la ignorancia y la desmemoria —usó evasivas más de 533 veces al responder a 400 preguntas— en su declaración ante el juez.
EL PAIS, La Infanta se escuda en la ignorancia y la desmemoria para responder al juez
El artículo 14 del código penal español dice que «El error invencible sobre un hecho constitutivo de la infracción penal excluye la responsabilidad criminal. Si el error, atendidas las circunstancias del hecho y las personales del autor, fuera vencible, la infracción será castigada, en su caso, como imprudente».
La excusa es tan socorrida que la ley intenta poner coto a esta ceguera. A partir del año 2000 surge en la jurisprudencia española una nueva figura doctrinal importada del derecho anglosajón: la ignorancia deliberada: «Principio que dispone que aquel que no quiere saber aquello que puede y debe conocer, y se beneficia de la situación, se hace responsable de las consecuencias penales de su actuar» y se permite castigar como dolosas actuaciones en las que el sujeto no conocía los elementos del tipo pero podía y debía conocerlos.
La ignorancia deliberada no debe confundirse con la ignorancia o duda inducida culturalmente, y particularmente por medio de la publicación de datos y estudios científicos inexactos o engañosos, el objeto de estudio de la agnotología. Son casos sonados, las campañas publicitarias de la industria del tabaco para fabricar dudas sobre los riesgos para la salud de su producto, o la industria petrolera que durante años fabricó falsas evidencias en contra el cambio climático.
En este caso, la falta de conocimiento no es una opción personal sino la consecuencia del interés muy deliberado de una compañía o un gobierno sin escrúpulos, algo que como estamos viendo en estos días de remedios milagrosos para la epidemia y estudios inexistentes, es por desgracia mucho más habitual de lo que nos gustaría creer. Y todo apunta a que continuará siéndolo en esa inminente post-normalidad que se predica.
Una última nota para concluir. En el artículo, los autores destacan que las personas que prefieren no conocer el futuro son más reacias al riesgo y con mayor frecuencia compran seguros de vida y legales que aquellas otras que sí desean conocer el futuro. Si las personas que prefieren no saber son sus mejores clientes, las compañías de seguros deberían analizar con cuidado cómo quieren jugar al juego de la ignorancia en la era del big data!
A poco que lo pensemos, encontraremos numerosas razones para sospechar de esa cara de «tontolaba» que se nos pone cuando alguien nos pregunta por algo que deberíamos saber pero que, por alguna razón, ignoramos. Sí, me refiero a esa cara de cordero degollado que es tan habitual entre personalidades y cargos públicos que deben dar explicaciones en situaciones comprometidas. ¿Cómo podía ignorar algo así? Difícil de creer, pero si pudiéramos retroceder en el tiempo, es evidente que, en más de una ocasión, lo haríamos para borrar todo lo que sabemos sobre algo. Sin duda hay una componente trágica en ello.
Podemos perdonar fácilmente a un niño que teme a la oscuridad; pero la verdadera tragedia de la vida es cuando los adultos temen a la luz (Platón)
Que se lo pregunten al pobre Otelo.
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(1) Golman, R., Hagmann, D., and Loewenstein, G. (2017). Information Avoidance. Journal of Economic Literature 55, 96–135.
(2) Gigerenzer, G., and Garcia-Retamero, R. (2017). Cassandra’s regret: The psychology of not wanting to know. Psychological Review 124, 179.
Este artículo, con cambios significativos de redacción, fue publicado inicialmente en Mind the Post