A propósito del acalorado pero no por ello menos interesante debate sobre la posibilidad, necesidad y responsabilidad de anticipar (o no) un evento como la actual pandemia de COVID-19, quiero compartir una reflexión que ilustra nuestra contradictoria relación con el futuro.
A las humanos nos encantan los héroes, sus historias nos conmueven y nos mueven, sabemos que los necesitamos y los celebramos… Sin embargo, en un tuit reciente, Jason Hickel nos recordaba a propósito del esfuerzo heroico que están haciendo los profesionales de la salud en todo el mundo que «en una situación bien planificada, no hacen falta héroes».
Necesitamos héroes cuando nos enfrentamos a lo inesperado, e inevitablemente la vida nos obliga a enfrentar retos y adversidades inesperadas. Sin embargo, creo que casi todos estaremos de acuerdo en que, entre ser salvados por nuestros héroes y haber hecho los deberes, anticipando un posible problema y teniendo planificada la repuesta, escogeríamos lo segundo.
Pues bien, aquí es donde viene el dilema político y social de la anticipación que quiero describir con el experimento conceptual que plantea el ínclito Nassim Nicholas Taleb en la introducción de «El cisne negro»
Supongamos que un legislador con coraje, influencia, intelecto, visión y perseverancia hubiera conseguido promulgar una ley que entrase en vigor el 10 de septiembre de 2001. La ley imponía el uso de puertas a prueba de balas que debían permanecer cerradas en las cabinas de los aviones (con un alto coste para las aerolíneas), para evitar la posibilidad de que unos terroristas decidiesen usar aviones para atacar, por ejemplo, el World Trade Center en la ciudad de Nueva York. Sí, parece una locura, pero es solo un experimento mental (puede que no exista un legislador con intelecto, coraje, visión y perseverancia; por esto decimos que es un experimento mental). La legislación no resulta una medida muy popular entre el personal de las aerolíneas, ya que complica sus vidas, pero ciertamente habría evitado el 11 de septiembre.
La persona (el legislador) que impone las cerraduras en las puertas de la cabina nunca tendrá estatuas en las plazas públicas, ni siquiera una breve mención a su contribución en su necrológica: «Joe Smith, quien ayudó a evitar el desastre del 11 de septiembre, murió de complicaciones de una enfermedad hepática». De hecho, al ver lo superflua que era la medida y el desperdicio de recursos que generaba, el público, con la ayuda de los pilotos de las aerolíneas, bien podría haber conseguido que dimitiera en su cargo. Vox clamantis en deserto. Él se habría retirado deprimido, con una gran sensación de fracaso y habría muerto con la impresión de no haber hecho nada útil en su vida. Si hubieras querido ir a su funeral, no habrías podido encontrarlo. (…)
Ahora volvamos de nuevo a los acontecimientos del 11 de septiembre. En sus secuelas, ¿quién recibió el reconocimiento? ¿A quiénes vimos en los medios de comunicación y en la televisión realizando actos heroicos, o intentando dar la impresión de que estaban realizando actos heroicos? Entre estos últimos tenemos a alguien como el presidente de la Bolsa de Nueva York, Richard Grasso, quien «salvó la bolsa de valores» y recibió una gran bonificación por su contribución (el equivalente a varios miles de salarios promedio). Todo lo que hubo de hacer fue estar allí para tocar la campana de apertura en la televisión. Sí, la televisión que, como veremos, es portadora de injusticia y una de las principales causas de la ceguera del cisne negro.
Taleb, N.N. «The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable», mi traducción.
Poco después de la publicación en 2007, en el blog que dio origen a Carolina 114, me referí a este experimento conceptual de Taleb en una reflexión sobre la hipocresía con que a menudo nos referimos al fracaso. Me preguntaba: ¿Cuántos héroes desconocidos como éste visionario legislador habitan entre nosotros?
Quizás ahora, justo a tu lado (o en nuestro entorno de confinamiento, frente a la pantalla de tu ordenador) alguien a quien nunca se te ocurriría mirar como a un héroe sea el responsable de que un terrible suceso futuro nunca llegue a tener lugar o de que, en todo caso, cuando llegue, sepas cómo debes enfrentarte a él.
Y sí, es muy probable que estés pensando que es un pesado y un agorero. Es el mal de los Donella Meadows & co. que nos mostraron ya en los años setenta del siglo pasado los riesgos de la insostenibilidad de nuestro modelo económico, o de la mítica Casandra: la insoportable gravedad del futurista.
O quizás tú mismo tengas que cargar con ese peso, hacer frente al dilema del héroe que nunca será reconocido.
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Imagen: Bill Strain, Inside Looking Out