Pocas ideas tienen un mayor reconocimiento en nuestra sociedad que la idea de progreso.
Durante la Ilustración en el siglo XVIII, la creencia de que los descubrimientos científicos y el desarrollo tecnológico pueden producir una mejora en la condición humana toma el relevo de la religión. Como la religión, la idea de progreso nos ofrece un significado y un propósito, y justifica muchas de las cosas que los gobiernos y las organizaciones hacen o dejan de hacer (con la excusa de que el progreso se encargará de ellas).


Como muchas otras de las grandes ideas, en gran medida sacralizadas, que nos inspiran y que nos impulsan, el concepto de progreso es, por decirlo de una manera suave, difuso.
El progreso de la humanidad pertenece a la misma categoría de ideas que la providencia o la inmortalidad personal. Es una idea verdadera o falsa y, a semejanza de aquellas, no puede probarse su verdad o falsedad. Creer en ella es un acto de fe.
J. B. Bury, La idea del progreso
Esto explica por qué hay personas que, armadas con datos y estadísticas, identifican tendencias que les hacen creer (o decir que creen) en el progreso. Y hay otras que, desconfiando del significado o la sostenibilidad de esas tendencias, o basándose en sus perspectivas personales, no pueden creer en él. El debate se ha ido tensando a lo largo de los últimos años debido principalmente al crecimiento de la desigualdad.
Aún admitiendo que el progreso sea deseable, ni siquiera entendemos muy bien cómo «producirlo». La innovación tecnológica es difícil, muy difícil. La innovación social es aún más difícil.
Hace unos meses, Tyler Cowen y Patrick Collison abogaban por la creación de un área de estudio especializada en el progreso, con un claro enfoque en la aplicación práctica:
Sugerimos inaugurar la disciplina de «Estudios de Progreso».
Esta disciplina contemplaría las problemática con la mayor amplitud posible. Estudiaría las personas, organizaciones, instituciones, políticas y culturas de éxito que han surgido hasta la fecha, e intentaría derivar políticas y recomendaciones que ayuden a mejorar nuestra capacidad de generar avances útiles en el futuro.
Numerosas disciplinas de estudio académico existentes tocan ya estos temas, pero lo hacen de una manera fragmentada y sin abordar directamente algunas de las preguntas prácticas más importantes.
Una distinción importante entre nuestra propuesta de estudios de progreso y muchos de los estudios ya existentes es que la mera conceptualización del progreso no es el objetivo. Vista a través de la lente de los estudios de progreso, la pregunta implícita es cómo deberían actuar los científicos (o quienes financian o evalúan a los científicos). El éxito de los estudios de progreso se derivaría de su capacidad para identificar intervenciones efectivas que aceleren el progreso y de la medida en que estas sean adoptadas por universidades, agencias de financiación, filántropos, empresarios, responsables políticos y otras instituciones. En ese sentido, los estudios de progreso están más cerca de la medicina que de la biología: el objetivo es tratar, no solo comprender.
We Need a New Science of Progress (mi traducción)
Pocas semanas después Tyler Cowen y Ben Southwood publicaban un artículo en el que compartían algunas ideas sobre el progreso científico, y más específicamente, sobre la forma de medir si la tasa de progreso científico se está desacelerando. No son ideas nuevas, pero es una revisión coherente del estado del arte y un primer intento de presentar de manera agrupada diferentes enfoques y datos recientes.
Muy brevemente:
Una amplia variedad de métricas «per cápita» sugiere que el crecimiento del progreso y la productividad se están desacelerando.
Hay amplia evidencia de que la tasa de progreso científico se ha ralentizado. Áreas dispares y parcialmente independientes como el crecimiento de la productividad, la productividad total de los factores, el crecimiento del PIB, el número de patentes, la productividad de los investigadores, los rendimientos de las cosechas, la esperanza de vida y la Ley de Moore, soportan esta afirmación.
En particular, no es posible ser muy optimista sobre la desaceleración de la productividad.
Existe un cierto retraso entre el progreso científico y los resultados prácticos, y con la ciencia por debajo de sus máximos, no es posible esperar que la productividad futura vaya a mejorar. Bajo una interpretación específica de los datos, se podría requerir una nueva Tecnología de Propósito General para conseguir dar un nuevo impulso al crecimiento económico.
Por otra parte, una nuestra no menos representativa de métricas muestra que el progreso total agregado está mejorando.
Cuando observamos los datos, el crecimiento en las magnitudes agregadas es mucho más alentador. El mundo soporta a más personas que antes, las innovaciones llegan a más personas que antes, y la riqueza agregada va en aumento. En conjunto, las tasas agregadas de crecimiento económico mundial han sido sólidas. La ciencia es mucho más grande y mejor que en el pasado.
En consecuencia, la respuesta final a la pregunta de progreso probablemente depende de cómo ponderemos las tasas de progreso per cápita frente a las medidas de progreso agregado.
Y mucho me temo que aquí nos enfrentamos a uno de esos problemas que, no es que no sepamos resolver sino que no tienen una solución, como ocurre con la agregación de preferencias (paradoja de Arrow).
Esto nos lleva a la necesidad de progresar en la forma en que «acordamos» como medir el progreso que orienta nuestros objetivos, y que necesariamente debe balancear, como el artículo sugiere, el beneficio individual que el progreso produce y el avance para el conjunto de la sociedad. En este sentido, estoy completamente alineado con la idea de que necesitamos, si no una nueva ciencia o un nuevo estudio, sí un esfuerzo concertado en el estudio del progreso, necesariamente vinculado a la necesidad de anticipar y crear el futuro.
En «Memorias de un dragón» se especula con la idea de un índice de progreso objetivo que la sociedad habría conseguido definir y acordar en las dos próximas décadas y que motiva los sucesos de la ficción.
Si vamos a ir a alguna parte a bordo de la nave Tierra, desde luego, no será mirando cada uno de nosotros para un lado, y decidiendo si hay o no progreso en función de nuestra preferencias o ideas vagas que obnubilan nuestra imaginación.
____________________
Imagen: John Gast, American Progress, Wikimedia