Neuroderechos para el neurocapitalismo

Thou canst not touch the freedom of my mind

John Milton, Comus

La cita aparece en la mascarada que John Milton escribió en 1634 como exhortación a la castidad y la virtud: la historia de una joven noble que es seducida y secuestrada por un hechicero llamado Comus, que la obligará a permanecer sentada en una silla encantada y tratará de seducirla con argumentos sobre el encanto del placer corporal. A pesar de todos sus ataques retóricos, la mujer rechaza repetidamente sus intentos. Al final, es rescatada por sus hermanos.

Milton recoge la idea de que la mente es una especie de último refugio de la libertad personal y la autodeterminación. Si nuestro cuerpo puede ser fácilmente dominado y sometido al control de otros, nuestra mente, con nuestros pensamientos, creencias y convicciones, está en gran medida más allá de las restricciones externas. No importa lo que Comus haga o diga, la joven continuará reafirmando su libertad mental, que está más allá de su poder físico.

Pero el tiempo ha pasado y necesitamos reescribir Comus con urgencia porque el cerebro, el último reducto de nuestra identidad y privacidad, pronto se verá asaltado por nuevas armas. El bombardeo actual de los anuncios que mueven la maquinaria es sólo el preludio de lo que nos espera.

¿Cuál es el desafío? Que los avances en neurotecnología sobrepasan nuestra capacidad de gobernanza.

Cualquier tecnología para registrar o alterar la actividad cerebral se define como neurotecnología. La neurotecnología, especialmente cuando se combina con la inteligencia artificial, tiene el potencial de alterar de manera fundamental la sociedad. En los próximos años, será posible decodificar el pensamiento a partir de la actividad neuronal o mejorar la capacidad cognitiva al conectar el cerebro directamente con las redes digitales. Tales innovaciones desafían la noción misma de lo que significa ser humano.

Aún pueden pasar años o incluso décadas hasta que los interfaces cerebro-computadora y otras neurotecnologías lleguen a formar parte de nuestra vida diaria. Pero los desarrollos tecnológicos muestran que avanzamos hacia un mundo en el que será posible decodificar los procesos mentales y manipular directamente los mecanismos cerebrales que subyacen bajo nuestras intenciones, emociones y decisiones, donde las personas podrán comunicarse por medio del pensamiento y en el que potentes sistemas de computación vinculados directamente al cerebro participarán en sus interacciones con el mundo y contribuirán a que sus habilidades mentales y físicas mejoren enormemente.

Estos avances podrían revolucionar el tratamiento de muchas afecciones, desde lesiones cerebrales y parálisis hasta la epilepsia y la esquizofrenia, y transformar la experiencia humana para mejor. Pero la tecnología también puede exacerbar las desigualdades sociales y ofrecer a corporaciones, hackers, gobiernos o cualquier otra persona nuevas formas de explotar y manipular a las personas. Asimismo podrían alterar profundamente algunas características esenciales del ser humano: la vida mental privada, la agencia individual o la propia definición de individuo como una entidad delimitada por su cuerpo.

Es crucial comprender las posibles ramificaciones ahora. Académicos e instituciones como la OECD reconocen la necesidad de actuar.

La iniciativa a favor de los neuroderechoos, liderada por el profesor Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia e impulsor del Proyecto BRAIN. aboga por un nuevo marco de derechos que afronte los riesgos de la neurotecnología y la inteligencia artificial.

Cuando se adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948, los desafíos de la neurotecnología y la inteligencia artificial apenas podían entreverse. En consecuencia, no hay disposiciones en la declaración que contemplen los nuevos riesgos derivados de la innovación tecnológica. Derechos que antes se daban por sentados, como la privacidad mental o la autonomía cognitiva, corren peligro con la llegada de las neurotecnologías. Los datos del cerebro son el último refugio de la privacidad.

La iniciativa promueve un nuevo código de conducta ético para la neuro-tecnología y la inteligencia artificial y cinco neuroderechos:

  • El derecho a la identidad personal
  • El derecho al libre albedrío
  • El derecho a la privacidad mental
  • El derecho de igualdad en el acceso a los «aumentos» (perfeccionamiento) de la mente.
  • El derecho de protección contra el sesgo de los algoritmos

De manera similar, Marcello Ienca y Roberto Andorno abogan por:

  • La libertad cognitiva
  • El derecho a la privacidad mental
  • El derecho a la integridad mental
  • El derecho a la continuidad psicológica

Resulta especialmente interesante constatar que entramos en un momento de la historia en el que nos vemos obligados a defender conceptos que, como el libre albedrio, aun supone un auténtico rompecabezas para la ciencia y la filosofía. Parece evidente que las neurotecnologías serán una valiosa ayuda para desvelar esos misterios que, como el propio Rafael Yuste afirma, nos permitirán llegarán a entender lo que realmente somos. Mientras llega ese momento, necesitamos asegurarnos de que somos capaces de mantener esas tecnologías a raya para evitar que perturben de manera sustancial el objeto de conocimiento.

En la era del neurocapitalismo, nuestro cerebro necesita nuevos derechos…

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Imagen destacada: Trina Schart Hyman, en John Milton, Comus de Margaret Hodges

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