El color de la realidad

Un fantasma recorre el mundo. No es el populismo, ni el nacionalismo, ni la corrupción, ni el fascismo. Es incluso peor. Es el sombrío espectro de la falta de imaginación. Y aquí tenemos a Tim O’Reilly recordándonos, con una referencia al poema de Wallace Stevens, que la realidad es una actividad de la más augusta imaginación.


Nuestro trabajo es imaginar un futuro mejor, porque si podemos imaginarlo, podemos crearlo. Todo comienza con esa imaginación. El futuro que hemos de imaginar no debería ser una visión distópica en la que los robots nos acaban barriendo, la del cambio climático que va a destruir nuestra sociedad. Debería ser una visión de cómo levantarnos ante los desafíos que enfrentaremos en el próximo siglo, de cómo construiremos una civilización duradera y un mundo mejor para nuestros hijos, nietos y bisnietos. Debería ser una visión de cómo llegaremos a ser una de esas especies de larga duración en lugar de la flor de un día que desaparece debido a su falta de previsión.

La realidad es una actividad de la más augusta imaginación, Edge. (mi traducción)


En este otro artículo publicado en New Yorker, la historiadora Jill Lepore se pregunta cuáles son las razones de una ficción cada vez más pesimista.


La distopía solía ser una ficción de resistencia, pero se ha convertido en una ficción de sumisión: la ficción de un siglo veintiuno desconfiado, solitario y sombrío, la ficción de las noticias falsas y la desinformación, la ficción de la impotencia y desesperanza. Una ficción incapaz de imaginar un futuro mejor ni de pedirle a nadie que se moleste en buscar uno, que se nutre de las quejas y consiente los resentimientos, que no requiere coraje. La cobardía es suficiente. Su única receta es más desesperación. Resulta atractiva tanto para la izquierda como para la derecha, porque, al final, demanda muy poco en términos de imaginación literaria, política o moral.

Jill Lepore, La edad de oro de la ficción distópica, New Yorker (mi traducción)


Jill nos muestra cómo las distopías siguen a las utopías de la misma forma que el trueno sigue al rayo. Repetir constantemente «sí, podemos» (yes we can) una y otra vez, obstinadamente, sin mirar de frente y con honestidad a la creciente complejidad que enfrentamos, es una receta para la distopía. «Sí, podemos» es el rayo, el destello de esperanza, la promesa de perfectibilidad. Pero luego el trueno ruge: KA-BOOM!

El mantra del «sí, podemos» ha demostrado ser muy peligroso. El Señor de las noticias falsas, Boris Brexit o los orcos del nacionalismo son los truenos, la distopía que sigue a los rayos de la utopía. Una banda de zombis que siguen presionando de manera obstinada los botones y las palancas que fueron diseñados para hacer avanzar a la sociedad de hace siglos. Y claro, los botones ya no funcionan, ya no producen el efecto esperado.

No, en realidad, no podemos. No de esta manera, con ideas viejas y agotadas. No podemos esperar que el mercado solo genere todas las soluciones mágicamente. No podemos confiar en el «solucionismo» tecnológico. No podemos sin la inversión en imaginación necesaria para construir el futuro. Necesitamos refrescar nuestra política. Necesitamos líderes inspirados. Necesitamos desesperadamente nuevas ideas para seguir moviéndonos a fin de mantener el equilibrio sobre la inestable bicicleta del progreso.

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Este post fue publicado originalmente en Mind the Post, en octubre de 2017

El video es de Alexa Meade, El color de la realidad

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