Imagínate que la tienda donde vas a comprar el pan, te lo regala a cambio de que también te comas unos caramelitos. Los caramelitos te los tienes que tomar allí mismo, delante del panadero que te mira con cara de funcionario de la administración pública. Están bastante malos. En cambio, el pan ¡es una auténtica delicia! Ah, y por un caramelo extra, también te puedes llevar gratis una caja de galletas.
Imagínate que el avión que te transporta hasta otro país lo hace de manera gratuita, a cambio de que vayas acompañado de un tipo muy feo y muy gordo que rebosa en el asiento y que no hace más que toser y meterse el dedo en la nariz.
Imagínate que en la zapatería te regalan los zapatos siempre y cuando te comprometas a hacer, de vez en cuando, algunos recadillos, cuando ellos te lo pidan. Lo mismo no te llaman nunca…
Imagínate que, como servicio de valor añadido, con la suscripción premium a la televisión de pago, tienes la posibilidad de casarte con la mujer (o el hombre) de tus sueños. Te pones a mirar el catálogo de opciones disponibles y, la verdad es que, entre la vecina del tercero que te mira con ojos golositos en el ascensor, la subdirectora del departamento de contabilidad que tiene un genio que para qué o, pongamos por caso, Ava Gardner(*) en su mejor momento… Y, además, sin compromiso de permanencia. Es que no hay color.
Imagínate que cuando vas a comprarte tu nueva casa, te ofrecen una promoción. La casa gratis a cambio de que la habitación pequeña que está al fondo del pasillo se la quede la madre del constructor. Es una señora mayor que no va a suponer ninguna molestia.
Imagínate que, cuando vas a matricular a tus hijos en Harvard, te dan la buena noticia de que pueden acceder a una beca que cubre, no sólo los gastos de matrícula, sino la manutención durante la duración completa de los estudios. A cambio, tus hijos tendrán que cursar obligatoriamente una serie de asignaturas que la dirección de la universidad decidirá cada año, y que tendrán que aprobar con suficientemente buena nota. ¡Pero papaaaá! ¡Ni peros, ni peras, niño! ¡Esto es un chollo!
Hasta aquí todo parece bastante lógico, así que ¿por qué no ir más allá?
Imagínate que el pub de la esquina de tu casa te ofrece barra libre de por vida, siempre que cada jueves a las doce en punto de la noche, te marques un baile en pelota picada. Joder, echa cuentas y verás que, al precio que se ha puesto la ginebra de marca, te merece la pena.
Imagínate que, además, incluye una promoción de CineMola que te permite ver gratis todos los estrenos mundiales. Ese mismo jueves estrenan la última de Lady Gaga, así que te apuntas, y al cabo de un rato te pones a pensar: ¿de qué me suena ese tipo aburrido con traje y corbata que no está claro lo que pinta en esta película? Al salir del cine sigues dándole vueltas y cuando llegas al pub para el strip tease, te das cuenta. ¡Coño, pero si esa era mi corbata!
Imagínate que, al volver a casa, te encuentras a la madre del constructor en la cocina comiéndose tus galletitas preferidas. Sí, esas que te han regalado en la panadería por el caramelo extra. La señora te cuenta que se ha desvelado y te mira con ojos de cordero degollado. Y tú piensas: Al carajo, aunque te jode saber que mañana por la mañana no quedarán galletitas para desayunar.
Imagínate que, cuando entras de puntillas en la habitación para no despertar a Ava que mañana tiene que madrugar, te quitas la corbata, los zapatos y el traje y estás a punto de meterte en la cama, oyes a un tío roncando. Apartas las sábanas y te encuentras a Zuckerberg. El tío está completamente sobado, pero tienes una de sus manazas sobre las tetas de Ava. Apartas a Zuckerberg y te metes en la cama resoplando.
La verdad es que es todo muy virtual, pero da que pensar…
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Imagen: Sebastian Abarbanell, DANCE
(*) Sobre esta relación «virtual» con artistas del pasado (o del futuro), ya puedes leer más en el relato Toro Sentado publicado en la antología «Ni en un millón de años»