¿Quién no se ha dejado atrapar por una buena historia? La guerra de las galaxias, Bambi, la princesa prometida, Ana Karenina. Poco importa el género, el momento. Cuando la historia es vibrante nos arrastra y nos cautiva. Lo dejamos todo y nos quedamos embobados esperando ver lo que ocurre. Los grandes autores de todos los tiempos (desde Homero hasta Hollywood, con el permiso de Netflix) han utilizado las historias para transportarnos a situaciones y momentos que han querido que viésemos con nuestro propios ojos. Y lo curioso es que muchos de esos momentos y situaciones no han existido nunca más que dentro de su imaginación. Al menos inicialmente. Luego también dentro de la nuestra.
Las historias conectan profundamente con nuestra psique, con nuestro yo. De alguna manera nosotros mismos somos sólo la historia que nosotros, o ese homúnculo incontrolable que controla nuestra memoria, vamos creando con nuestros recuerdos. Las grandes historias nos hacen más grandes porque son un vehículo capaz de sembrar dentro de nosotros principios, motivos, proyectos. Pero ¿Qué pasa cuando las historias son armas diseñadas para penetrar en nuestro interior y hackear nuestra voluntad? Que no te queda ninguna duda, tus peores enemigos están ya dentro de ti, y han entrado a través de una historia.

Está a punto de cumplirse un año desde que saltó a las noticias de los principales medios de comunicación la historia de Jamal Khashoggi, un periodista árabe exiliado que fue capturado y brutalmente asesinado en el consulado de Arabia Saudi en Estambul, quien sabe si descuartizado y quemado, por que resultaba molesto al príncipe Salman, o porque a sus captores se les fue la mano. Poco importa. La historia llegó hasta las noticias y generó una enorme tensión en el equilibrio de fuerzas diplomáticas entre los países con intereses en la región. Arabia, Estados Unidos, Turquía. El asesinato de Khashoggi dejaba entrever por un breve espacio de tiempo la hedionda trama de relaciones internacionales que fluyen por las alcantarillas de nuestra conciencia colectiva.
¿Por qué de repente una historia así llega a los medios? ¿por qué nos hace fijarnos en algo que está escondido delante de nosotros, a plena luz, todos los días? Eso es lo que se preguntaba el día después de publicar el último artículo de Khashoggi, el Washington Post, el periódico para el que había trabajado durante su último año de vida: ¿Por qué la desaparición de un hombre captura la indignación y la atención de los medios cuando la guerra no lo hace? ¿Por qué la reacción a Khashoggi, un hombre del que pocas personas habían oído hablar hasta su desaparición, cuando tantos otros actos de barbarie de los saudíes son, en gran medida, pasados por alto ?
En los meses previos a la desaparición del columnista Jamal Khashoggi, el gobierno de Arabia Saudi acumuló un historial sorprendente de abusos contra los derechos humanos. Ha liderado una coalición que libra una guerra brutal en el vecino Yemen, que ha matado a miles de civiles, incluidos 40 niños cuyo autobús escolar fue bombardeado en agosto. Funcionarios saudíes han encarcelado a disidentes, empresarios, clérigos y periodistas, así como a rivales reales del gobernante de facto del país, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. Ninguna de las atrocidades y transgresiones de Arabia ha generado indignación sostenida, al menos no en Occidente. Gracias a la astuta gestión de relaciones públicas, Mohammed hasta hace poco disfrutaba de una imagen como reformador progresista.
Why one man’s disappearance captured the outrage and media attention that war has not, The Washington Post (mi traducción)
La guerra, las bombas, los encarcelamiento y la extorsión sin más no son suficientes para capturar nuestra atención. Son simplemente datos e información en un mundo sobresaturado de datos e información sobre hechos ciertos e imaginarios. Sin la estructura apropiada esa información no penetra en nosotros. El asesinato de Khashoggi aporta esa estructura y da forma de historia a toda esa información que circula invisible a nuestro alrededor. Y una vez convertida en historia ya nada ni nadie puede detenerla, ni siquiera el príncipe bin Salman ni el payaso general del reino, Donald Trump. La historia se convierte en un misil que vuela directamente hacia el interior de nuestra psique.
Cuando nos sumergimos en una historia, entramos en un estado de conciencia alterado, sumamente poroso a la sugestión. Los estudios demuestran que nuestros temores, esperanzas y valores están fuertemente influenciados por nuestras historias. No tenemos forma de evitarlo. Es la paradoja de la ficción. Las historias imaginarias nos resultan emocionalmente excitantes porque, aun cuando podamos separarlas racionalmente, las áreas perceptivas están estrechamente engranadas con las emociones en la maquinaria de nuestro cerebro Las emociones no solo nos impulsan a actuar de cierta manera, sino que nos obligan a interpretar el mundo de manera diferente.
La historia de Khashoggi nos abre los ojos, nos hace ver algo que, no es que fuera invisible, es que no resaltaba; captura nuestra atención y nos lo hace ver. Pero demos ahora una vuelta a esta reflexión para verla por el otro lado. Si nuestra atención es contingente, y no repara directamente en la magnitud, relevancia de los hechos y datos, ¿A cuántas historias estamos ahora mismo encadenados que, en realidad, han sido cuidadosamente diseñadas para que veamos lo que a otros les interesa, para que nuestra mirada se aparte de historias como la de Khashoggi, para que no veamos las guerras, los asesinatos, las intrigas, la salsa de corrupción en la que se cocina nuestro alimento intelectual?
Admítelo. Seguramente Juego de Tronos está muy bien. Seguramente Friends, los soprano o Black Mirror también, pero ¿es realmente necesario invertir 100, 200 horas a ver una y otra y otra vez los mismos gags repetidos bajo diferentes disfraces y situaciones? Esas historias pueden ser realmente una cárcel, tu cárcel. ¿Qué no estás viendo ahora mismo mientras permaneces secuestrado por ellas?
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Imagen: Tormented behind bars