Imagínate que alguien compra un cuadro, se lo lleva a su casa, lo cuelga en la pared o lo monta encima de un caballete. No, así no. Mejor boca abajo. Sí, mucho mejor así. Después lo rocía con esprays de colores. Sólo un poquito, sin despeinarse…
Una idea estúpida, una locura. Excepto si el ladrón es un pintor famoso. Porque entonces, ese cuadro que otra persona podría haber pintado con esfuerzo y dedicación, pero que nadie ha visto y que no vale nada, en un instante se transforma en una obra de arte…
Es sádico. Es el misterio de la creación. Es arte.

“Me estoy alejando de todas las convenciones pictóricas (ese veneno) [. . . ] Esto no es pintura, pero me importa un comino», Joan Miró(*), 1924
No dejo de dar vueltas a la cantidad de cosas que alguien tendría que poner boca abajo y rociar con espray.
Sí, necesitamos asesinos de la realidad.
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(*) Citado en Adamowicz, Elza. ‘Joan Miró: The Assassination of Painting?’ Journal of Iberian and Latin American Studies, vol. 18, no. 1, 2012, pp. 1–15, doi:10.1080/14701847.2012.716642.
El cuadro de Miró es uno de los que puede verse en el Espacio Miró.
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