Puedo salir en público sin ser reconocido. Si quiero ser reconocido en público, también sucederá. (Peter Mayhew)
A pesar de ser un feroz guerrero Wookiee de 200 años y casi 2,2 metros de altura, Chewbacca nunca dio miedo. Todo lo contrario, es uno de los personajes más entrañables de la Guerra de las Galaxias.
Si quisiera ser crítico, argumentaría que Chewbacca es uno de esos gloriosos descubrimientos de la serendipia, como el descubrimiento «casual» de la penicilina en los cultivos bacterianos de Alexander Fleming. En este caso un tremendo fallo de George Lucas que, al intentar crear un temible guardaespaldas para el mercenario Han Solo, lo que acaba creando es un adorable osito de peluche con un altavoz cascado que gruñe en su interior haciendo las delicias de los niños.
Pero siendo realistas, es muy posible que Lucas supiera perfectamente lo que buscaba (como seguramente también Fleming) y por eso supo ver al cisne donde todo el mundo lo único que veía era un patito feo, el tipo larguirucho que trabajaba como asistente en el departamento de radiología del King’s College Hospital en Londres, a pesar de que ya había hecho otro papel de monstruo (robot) en el cine: el minoton de la película Simbad y el ojo del tigre. La historia cuenta que Mayhew sólo tuvo que ponerse de pie junto a Lucas para ser inmediatamente contratado para el papel de Chewbacca y, de esta manera, ascender hasta el reino de los cielos de la saga Star Wars.
Lucas tuvo que darse cuenta de que, a pesar de su altura, ese gigante no podía dar miedo. Porque con esa cara y con esos ojos, con esa mirada, hubiera sido imposible creer que, incluso sepultado bajo un disfraz de Wookiee, Peter Mayhew no iba a irradiar su personalidad desde el interior del guerrero y convertirlo en un osito amoroso.

Nunca sabremos cuántos Mayhew no llegan nunca a encontrar el disfraz apropiado.
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Imagen destacada, Peter Mayhew 2015, Wikimedia Commons
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