Autor invitado: Juan Diego López Cárdenas
En la gráfica siguiente se muestra el grado de bienestar de una sociedad en función de su nivel de impuestos y, en consecuencia, del nivel de servicios que ofrece a sus ciudadanos.

En un extremo encontramos los estados ultraliberales, representados por EE.UU. Su presión fiscal es inferior a la del resto de países desarrollados, pero la falta de servicios esenciales, como la sanidad pública, hace que su nivel de bienestar social sea inferior al que podrían aspirar dado su nivel de desarrollo económico.
En el otro aparecen los países comunistas, representados por la antigua Unión Soviética, donde el estado es omnipresente y ofrece servicios a cambio de un control absoluto de sus ciudadanos, la propiedad de todos los medios de producción y una presión fiscal confiscatoria. Intuitivamente, la ausencia de libertad, la falta de incentivos para el esfuerzo y la imposibilidad de tomar riesgos empresariales limitan el bienestar social.
En la mitad del gráfico se encuentran la práctica totalidad de los estados europeos, con una presión fiscal media y unos servicios básicos que son la envidia del resto del mundo. No es de extrañar que siete de los diez mejores países para vivir sean Europeos.
Desde este punto de vista, las ofertas electorales de los contendientes a las elecciones generales son parecidas, todas se mueven dentro de un estrecho margen de presión fiscal y oferta de servicios públicos; nadie plantea agresivas bajadas de impuestos a cambio de liquidar la Seguridad Social o crear un millón de nuevos funcionarios a cambio de una importante subida de impuestos.
En ambos debates, los candidatos se han limitado a ilustrar con vívidos ejemplos el grado de bienestar que va a conseguir la sociedad con su programa de impuestos y servicios. A pesar de sus esfuerzos por diferenciarse, lo cierto es que todas las propuestas están suficientemente próximas como para considerarse semejantes.
Las ofertas electorales de los contendientes a las elecciones generales son parecidas
A pesar de sus esfuerzos por diferenciarse, lo cierto es que todas las propuestas están suficientemente próximas como para considerarse semejantes.
Ambos debates han sido, por tanto, un ejemplo de fake debate, discusiones donde todos evitan entrar en el fondo de las cuestiones. La verdadera pregunta, la única pregunta, es cómo desplazar a lo largo del eje vertical la curva de bienestar, de forma que se consiga un mayor -o menor- bienestar social ofreciendo más -o menos- servicios con un mismo nivel impositivo. Son lo que llamaremos potenciadores o inhibidores de la curva de bienestar.

Potenciadores de la curva de bienestar
Uno de los principales potenciadores de la curva es la estabilidad. Cuando los ciudadanos se dan a sí mismos un marco restringido de impuestos / servicios, y todos los agentes políticos muestran su voluntad de actuar dentro de ese marco, la estabilidad atrae la inversión y el desarrollo económico, elevando la curva de bienestar. España y Suecia son dos buenos ejemplos de crecimiento tardío en su nivel de bienestar, paralelo a la estabilidad en su marco político.
El nivel de educación de la población frente a los países del entorno, atrae igualmente la inversión exterior y es por tanto un potenciador de la curva de bienestar. En un entorno mundial de creciente automatización, sólo aquellas actividades que necesitan de la creatividad y la inteligencia humana florecerán. La educación es por tanto una necesidad y una solución al problema de la desaparición de los trabajos tradicionales. Corea del Sur es un perfecto ejemplo de cómo potenciar la curva de bienestar a través de la educación.
Inhibidores de la curva de bienestar
Uno de los principales inhibidores es la inseguridad jurídica. Nadie se plantea el nivel impositivo de Venezuela porque es irrelevante, se ha quebrado la seguridad jurídica y la curva de bienestar se ha desplomado. La inversión extranjera no crece en China y Rusia por este mismo motivo, aunque el gigante asiático avanza con paso firme en la dirección correcta.
La inestabilidad jurídica también es un importante inhibidor de la curva de bienestar. Con retornos de la inversión de entre diez y veinte años, los inversores pueden atravesar entre cuatro y diez normativas diferentes para sus apuestas. Los casos de la energía solar fotovoltaica o los VTCs son claros ejemplos de este fenómeno.
La complejidad jurídica, también conocida como burocracia, afecta negativamente a la curva de bienestar desanimando a los emprendedores de iniciar nuevas actividades por las trabas burocráticas que van a encontrar en el camino.
La ralentización económica mundial tiene un efecto depresor de la curva por la caída en la demanda externa y por tanto en el PIB per cápita. La grave crisis del 2018 supuso una caída en los niveles de bienestar de buena parte de las economías de la OCDE. Para salir de esta situación, subidas o bajadas de impuestos son irrelevantes.
La deuda pública es un compromiso de pago que limita la capacidad de ofrecer servicios en el futuro. Potenciar la curva hoy a cambio de inhibirla mañana es una tentación muy fuerte para quien aspira a gobernar cuatro años. Si la deuda es elevada, una subida de tipos de interés puede provocar una fuerte caída de la curva de bienestar, como ha ocurrido en Grecia.
El reciente fenómeno de la automatización de procesos mejora la productividad, aunque está destruyendo de forma acelerada una de las principales formas de redistribución de la riqueza, el trabajo. A corto plazo está tensionando la capacidad de los estados para prestar servicios a una población crecientemente desempleada. A medio plazo, puede convertirse en un potente potenciador de la curva si se encuentra la forma de establecer tasas adecuadas a las empresas tecnológicas.
La concentración de la riqueza disminuye en épocas de guerra y aumenta en épocas de paz. La combinación de un prolongado periodo de paz y la automatización están llevando la concentración de la riqueza a sus máximos históricos. Las grandes fortunas son capaces de escapar a los esquemas impositivos nacionales y, por tanto, retraen recursos de los estados deprimiendo sus curvas de bienestar.
¿Y la I+D?
La I+D es sin duda uno de los caballos de batalla de todas las campañas electorales. A primera vista parece uno de los potenciadores de la curva de bienestar, pero, ¿lo es realmente?
Parece evidente que buena parte de la prosperidad de países como EEUU o Israel se deben a su potente capacidad de investigación y a sus poderosas empresas tecnológicas. ¿Podemos decir lo mismo del resto del mundo?
Desde mi punto de vista la respuesta es no. La innovación sólo es rentable cuando dispones de grandes mercados y apetito por el riesgo tecnológico.
En Europa, un producto desarrollado en España tiene escasas posibilidades de comercializarse en Francia o Alemania. No existe un mercado homogéneo con el tamaño suficiente para rentabilizar los esfuerzos de I+D.
La afinidad por el riesgo también es diferente en Europa. ¿Cuántos directores de tecnología apostarían por una innovación desarrollada por una empresa que puede desaparecer? Las empresas europeas utilizan principalmente la tecnología que han desarrollado de forma interna o que ya está consolidada.
En mercados fragmentados y con aversión al riesgo tecnológico, la I+D es una forma de financiación de las grandes empresas con cargo a los presupuestos públicos, con escaso retorno a la sociedad. Sin duda existen excelentes ejemplos de innovación en procesos y tecnología como Inditex o Mercadona, pero no han sido consecuencia de las políticas públicas de fomento del I+D.
Juan Diego es CEO de Novanotio y un auténtico experto en temas de gestión. Pocas personas reúnen como Diego la capacidad de observar la realidad, la curiosidad intelectual para intentar comprenderla y la capacidad de poner en práctica sus ideas.
Hablar con Diego sobre casi cualquier cosa es una aventura. Que haya aceptado mi invitación a participar en este blog, es un honor y un placer. Muchas gracias Diego!