Cuando veo las infinitas variaciones en modelos de robot humanoide, con dos piernas, dos brazos y una cara (o similar), que nos proponen los ingenieros y nos venden los gurús de la tecnología, no puedo evitar la sensación de que no entendemos nada. Tenemos una obsesión antropocéntrica que deberíamos hacernos mirar.
Somos ya más de 7.500 millones de personas sobre la Tierra y, francamente, esto está bastante concurrido. Como además somos incapaces de concebir otra idea mejor que el trabajo para que la gente pueda vivir dignamente, nos tenemos que inventar trabajos de mierda (con perdón, el término es de toda una eminencia: el señor David Graeber) para dar de comer a toda esa gente, e incluso así no hay trabajo para todos. Si hay algo que sobra hoy en la Tierra, desgraciadamente, somos personas. Entonces, ¿para qué nos haría falta más de lo mismo?
Lamento estropear la fiesta de los gurús, pero ni a corto ni a largo plazo, el futuro pasa por los idolotrados robots asimoviamos sometidos a la tiranía de las tres leyes.
El futuro a corto plazo de los robots, como el futuro a corto plazo de la inteligencia artificial, son artefactos capaces de hacer algo concreto mucho mejor, más barato, más rápido que las personas. Especialmente tareas desagradables, repetitivas y aburridas como limpiar la casa o clasificar paquetes, peligrosas como apagar centrales nucleares a la Fukushima o, simplemente, imposibles de realizar para un humano. Es decir, el futuro es de los robots industriales, de los robots aspiradora, de los batiscafos, de cosas así. Personalmente, apuesto por una hibridación de microondas y Thermomix que evolucione hacia una impresora 3D cocinero que además se encargue de negociar la propiedad intelectual de las recetas con Arguiñano, la lista de la compra con Carrefour (o Amazon, o quien sea) y que me deje el plato perfectamente presentado para servir a la mesa. Pero hay quien podría estar dispuesto a pagar por un híbrido de silla y caniche que se desplace allí donde quiera que se requiera un asiento y que ronronee luego cuanto siente el peso de su amo sobre su lomo, muy en la línea de los perros sillas de Dune.
El futuro a largo plazo de una fructífera confluencia de la robótica, la inteligencia artificial y la genómica será un ser humano completamente nuevo, un homo sapiens 2.0, 3.0 o 73.0 (no veo razón para escatimar versiones), que nos permita diseñar y ejecutar los ambiciosos planes antropo-megalomaníacos que tenemos, pero que no podemos llevar adelante con nuestro limitado físico, nuestro sesgado intelecto y nuestra confusión moral. El futuro a largo plazo es de un engendro capaz de vivir centenares de miles o millones de años, viajar por el espacio expuesto a condiciones medioambientales extremas y que, honestamente, no tenemos ni idea de qué pensará o, incluso, si lo hará (pensar). Porque a lo mejor para esta misión, no se necesita con(s)ciencia, sino pura algoritmia. O sea, que el futuro ser humano bien podría ser inhumano.
Los sentimentales y faltos de ambición, como yo, nos conformaríamos con una nueva generación de homo sapiens de propósito más contemplativo, como la indagación filosófica o el arte. Pero apuesto a que somos una marginalidad completamente ignorable.
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Imagen: @sagesolar Graffiti, Brighton, East Sussex