A estas alturas del debate sobre la igualdad de género, nos hemos acostumbrado — ya sea para evitar el uso de un lenguaje sexista, ya para señalizar explícitamente la posición progresista del orador — a una ¿innecesaria? repetición — también conocida como pleonasmo — de señoras y señores, compañeros y compañeras, ministros y ministras, etc. etc. etc.
Personalmente, me resulta insufrible cuando, a lo largo del discurso, el pleonasmo se torna exuberancia irracional y un ejemplo perfecto de cómo para solucionar un problema —la discriminación de género — decidimos dar un absurdo rodeo — empobrecer el lenguaje — que acaba desviándonos del objetivo o, peor, desvirtuando o trivializando el problema.
Por ello, con motivo de la reciente constitución del consejo de ministros y ministras del flamante nuevo gobierno en España, quiero hacer una modesta proposición. Y como (casi) todo está inventado y dicho ya, y el problema, por mucho que nos lo parezca, no es nuevo en absoluto, me limito a rescatar la ingeniosa propuesta descrita en 1922 por Vicente Blasco Ibáñez en “El paraíso de las mujeres”, cuya lectura recomiendo. A saber:
la Verdadera Revolución creyó necesario después de su victoria conservar las antiguas denominaciones gramaticales, cambiando únicamente el sexo a que se aplicaban. Así, las cinco damas encargadas del gobierno eran denominadas «los altos y poderosos señores del Consejo Ejecutivo», y las otras mujeres directoras de la Administración pública se titulaban «ministros», «senadores», «diputados», etc.
Personalmente, no tengo problema en que, desde este momento, os refiráis a mi como “la ingeniosa y simpática autora” de este post.
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Este post se publicó orginalmente el pasado 7 de junio de 2018 aquí
Vicente Blasco Ibáñez, «El paraíso de las mujeres», Editorial Prometeo, Valencia 1922. Portada L. Dubón