El 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro coincidiendo con la conmemoración de la muerte del santo Jorge de Capadocia (San Jorge). Además de soldado romano, mártir y santo cristiano, Jorge es venerado por la hazaña de haber derrotado a un dragón al que sólo era posible mantener a raya por medio de un sacrificio humano diario.
Para celebrar el #DiaDelLibro2018, comparto aquí una breve reflexión de Carolina 114 sobre los monstruos que nos acechan y no siempre somos capaces de reconocer…
Disfraces
Todos los monstruos necesitan disfrazarse. Existen innumerables razones para ello. La más obvia y quizás la más perversa de todas las razones es la de simular una apariencia familiar o simplemente apetecible con objeto de atraer a sus víctimas. Así es como actúa el lobo feroz, ocultándose tras una piel de cordero o dentro de nuestra propia abuelita. La más vil de las razones es la cobardía que impulsa a algunos monstruos a desaparecer para evitar la persecución o el castigo. Tal es el caso del recientemente capturado Radovan Karadzic, un monstruo característico de la brutalidad e iniquidad de finales del siglo XX que ha conseguido cruzar la frontera de un tiempo que no le pertenece bajo las ropas de un patético curandero.
No todos los monstruos se disfrazan con el mismo arte, oficio o dignidad. Hay monstruos que, como los niños, se disfrazan ocasionalmente para huir del aburrimiento que les supone ejercer constantemente su monstruosidad. Los hay que no toleran su imagen en el espejo, y también los que necesitan adornarse con fastos de pavo real para magnificar su crueldad o su fatuidad. Los monstruos más terribles de la historia han conseguido utilizar sus disfraces durante largos periodos de tiempo, cometiendo detrás de ellos sus atrocidades, a veces desde el exhibicionismo grosero de su impunidad, a veces desde el más grotesco de los anonimatos. Y algunos han conseguido, a fuerza de ejercer con rigor su monstruosa profesión, que sus atuendos se vieran, no ya como disfraces, sino como uniformes.
Los monstruos más tristes son aquellos incapaces de adoptar un disfraz apropiado para la naturaleza de su lúgubre misión o de su ser atormentado, como el más famoso de todos los monstruos, la criatura de Mary Shelley. Estos monstruos acaban sucumbiendo ante su propia y evidente desesperación, o deambulando como viajeros por espacios prohibidos abrasados por la radiación a la que les expone su incontrolable desnudez.
Todo aquel que ha vestido un disfraz sabe que, inevitablemente, el calor, el tallaje inadecuado, el orgullo o, simplemente la moda, hacen que nuestro verdadero ser se agite inquieto y pugne por abrirse paso a través de las máscaras y los falsos ropajes. Como esa enorme cucaracha espacial (The Bug) que consigue ocultarse plegada dentro de un pobre y conturbado campesino en la película “Men in Black”, con tiempo suficiente, todos los monstruos acaban rompiendo los falsos cascarones en que incuban su malignidad.
No puedo evitar preguntarme cómo se siente un monstruo y, mientras me lo pregunto, me ahoga la inquietud que me hace sentir que todos podemos ser monstruos o, peor aún, disfraces que ocultan un monstruo que ni siquiera llegaremos a conocer y que, en cualquier momento, cederemos ante la presión de nuestra verdadera naturaleza oculta en nuestro interior insondable.
Carolina I
Domingo, 10 de agosto de 2008
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Ilustración: Vittore carpaccio, san giorgio e il drago
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